Por Perla Ibar Belmar, Auxiliar de Vuelo LAN (R)
(Publicado en Volumen VIII de “Horas de Losa” editado por el Instituto de Investigaciones Histórico Aeronáuticas de Chile)

 

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Perla Ibar y el Sobrecargo LAN (R) Emilio Otero

Acabamos de salir en vuelo hacia la Isla de Pascua en la ruta recién abierta por LAN v nuestro avión es un DC-6B.  A bordo pocos pasajeros, pues el avión lleva gran cantidad de carga y todo el combustible que resistir, según nos enseñaron en las clases sobre dicho material, supervisadas por don Adolfo Suhrcke. EI briefing previo al vuelo Io habíamos hecho el día anterior en una de las salas de clase de la “Universidad LAN”, en Los Cerrillos.
Hemos repasado emergencias, balsas y elementos de ditching, pero también nos recuerdan llevar todo lo necesario para nuestra permanencia en la isla, ya que el comercio es escaso y carecen de todo.
El barco que provee de elementos y alimentos viaja una vez al mes…cuando puede.

El cockpit lleva como navegante al General Roberto Parrague Singer, pionero  de los vuelos en Catalina a la Isla de Pascua, acompañado de un navegante venido de Lufthansa. En cabina, sólo un sobrecargo y una auxiliar de vuelo.

Pasados unos minutos de vuelo el capitán anuncia: “ A la derecha pueden ver la Isla Robinson Crusoe”; un grupo de pasajeros norteamericanos se apretuja en las ventanillas. “=h, Alexander Selkirk!”
Después de servir todas las comidas y bebidas programadas, más revistas y almohadas, el vuelo se hace eterno: sólo mar azul que me parece juntarse con el cielo, como dice la canción.
Vamos a la cabina de pilotos y vemos a don Roberto entre mapas y líneas con Ia consabida pregunta, medio en serio medio en broma, “Le acertaremos a la isla?”. Su respuesta fue una agradable sonrisa y …¡le acertaremos! ¿Qué alivio divisar ese trozo de tierra después de tanto mar azul y también observar la línea recta que era la pista de aterrizaje.
Pero, ¡no todo era fácil! Al ir a dar “cabina libre, se escuchaba al radio operador comunicando a tierra, ¡Espanten los caballos que tenemos que aterrizar!
Hay que explicar esta frase que más bien mueve a risa, pero era algo habitual. En la isla, el medio de transporte era el caballo y estos deambulaban sueltos. Cuando tenían sed veían el espejismo de agua en el extremo de la pista de cemento y al llegar allí no la encontraban, entonces se les aparecía en el otro extremo de la pista, por lo que corrían con mucha energía, de una punta a la otra sin detenerse.
Esto se solucionó, en el primer tiempo, haciendo un con abrevadero, con subida manual del agua, muy cerca de la pista. Persona que pasaba, movía la palanca (nosotros también) y así fluía constantemente el agua y los caballos lo aprendieron.

Más tarde “se cerró” el entorno de la pista con tambores vacíos de combustible, que fueron una útil chatarra.
Luego del aterrizaje, se hacían presente algunas autoridades y amigos que venían a saludar y a curiosear el avión de esta nueva ruta, que pronto continuaría a Tahiti.
Como siempre quedaba algo del cóctel: bebidas, sándwiches, los que se les ofrecían junto con periódicos y noticias frescas del continente. Hay que recordar que no había televisión, el teléfono era “artesanal”, ni había hoteles, ni calles pavimentadas, ni alimentos procesados, ni caramelos. No había nada de esto.
Los niños venían a caballo a asomarse a la puerta del avión, a saludar, a acercarse a esta máquina voladora, a ver a este “Manutara” y nos pedían caramelos.
Después nos dirigíamos al lugar de alojamiento. No puedo decir hotel, pero… lo era. Debe haber sido el punto de partida o el “el nacimiento” del Hotel Hangaroa. Eran dos galpones de buena madera y con una vista privilegiada. Uno era el restaurant y el otro, más alejado, destinado a baños y duchas, con separación para damas y varones. Las duchas eran pocas, de agua fría y consistían en un trozo de manguera de jardín con un tarro de Nescafé con hoyos para darle salida al agua que, felizmente, es algo tibia en esas latitudes. Estaban divididas por pequeñas murallas de madera que daban algo de privacidad.
Recuerdo haber escuchado de señoras gringas bañándose, expresiones como “Fantastic, marvellous”, refiriéndose al tarro con manguera, sin duda.
Los dormitorios no existían. En su lugar habían pequeñas tiendas de campaña individuales, puestas en fila, cercanas a los galpones ya que estos las protegían del  fuerte viento que soplaba desde el mar.
La carpita era un mini dormitorio, algo así como de2x2 metros con dos catres de campaña de unos 80 cm. de ancho. Uno era la camay el otro para dejar maleta, ropa, zapatos a guisa del inexistente clóset. Se nos advertía no dejar nada en el suelo porque si llovía los zapatos bajaban flotando por la colina donde estábamos (lo que a varios le sucedió).
Más adelante, tuvimos la gran suerte que nos trasladaran a la Casa de Huéspedes de la FACH que, aunque no tenia la vista privilegiada del futuro hotel Hangaroa, para nosotros fue un palacio, pues era de construcción sólida, con una pieza de baño como corresponde y con agua caliente. Para su uso, establecíamos turnos la noche anterior.
Cuento aparte era la alimentación, pues debíamos prepararla nosotros y traer todo lo necesario desde el continente, comenzando en el “briefing” anterior al vuelo. Tampoco había servicio doméstico por lo que había que hacer la cama, barrer, cocinar y lavar platos .La noche anterior se repartían “las pegas”. En general me tocaron vuelos en que cocinaba el capitán (asados y cazuelas). Todos ayudábamos con las ensaladas, papas cocidas, arroz graneado.

Era divertido y buena onda, aunque a menudo me tocaba lavar los platos y no me gustaba mucho. Me compré guantes y me convertí en una experta. Cuando alguien se quej aba del sistema la respuesta era: “No te olvides que te pagan en dólares”.
Después de estos primeros vuelos a la isla, se prolongó Ia ruta hasta Tahiti en los mismos DC-6B.
Llegamos una tarde a Faaa, Papeete. Digo una tarde pues, partiendo de Mataveri después de almuerzo, siempre fue “la tarde y la tarde y la tarde” porque el sol no cambiaba nunc a iba con nosotros. Servimos el té, repetimos el té y daban ganas de volver a tomar té. Era una experiencia curiosa.
Después de tantas horas de mar azul, por fin llegamos. Viaje inaugural, dándome mucha molestia escuchar, que después de haber cruzado tanto mar en tantas horas nos dijeran “llegaron en en esto” porque “Ca” tiene sentido peyorativo y lo sentí como “¿llegaron en este tarro?”.
Casi les hallé razón porque, en ese mismo momento venía aterrizando un precioso 707 de la Quantas. Pero eso no impidió que nos sintiéramos orgullosos de haber cruzado inmenso océano en nuestro DC-6B.
Para terminar, después también tuvimos nuestros 7 07 y apuramos el tranco y fuimos modernos. Se construyeron hoteles y nos cambiaron de nuestro casino de la FACH a un hotel recién inaugurado hasta con piscina (¡qué lujo!).

Cuando el comandante a cargo de la FACH, nos solicitó colaboración para ayudar a la reforestación de la isla trayendo cocoteros de Tahiti, nosotros quisimos dejar un recuerdo en nuestra querida casita. El que yo traje, lo planté en el medio del jardín y mi compañero sobrecargo, Emilio, plantó el suyo al lado del portón de entrada.
Hace pocos años viajé a la isla, fui al jardín de la FACH y tuve gran alegría al ver ambos árboles maravillosamente frondosos. Fue como que un par de viejos amigos me saludaran después de tanto tiempo.
C’est tout.

Categories: Crónicas

1 Comment

Paz Montero · Enero 1, 2021 at 8:32 pm

Hooola Perla!!! No sé cómo te encontré, pero me da gusto que estés bien. Juan Carlos y yo vivimos en el campo una parcelita que compramos después de regresar de México lindo y querido….bien, esto es a graaaandes rasgos lo que testoy viviendo. Ahora espero poder saber algo de tu vida. Un abrazo cariñoso, por los tiempos idos, pero no olvidados, Paz Montero Hinojosa

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