(EL MERCURIO por Francisco J. Fuentes)

 

Si bien la exigua cantidad de cultores de este hobby en el territorio nacional no da para denominarlos como tribu, la pasión por registrar operaciones aéreas y luego difundirlas se está tornando en una moda para los chilenos.

No son modelistas o coleccionistas. Tampoco pilotos ni investigadores. Sería un error denominarlos expertos, porque nadie los convoca para desarrollar costosos estudios, pero saben mucho, mucho más que el chileno promedio, sobre todo lo que tiene que ver con aviación.

Son los spotters chilenos. En castellano, los que miran el cielo esperando fotografiar un avión. Aficionados y cultores de una disciplina presente en la aeronáutica mundial desde que los británicos usaban a ciudadanos comunes o retirados infantes para espiar los movimientos de la poderosa Luftwaffe nazi.

Álvaro Romero (34) y el belga avecindado Michel Anciaux (59) son capaces de gastarse varias horas al día instalados junto a una pista aérea sólo para retratar alguna novedad aeronáutica.

Para ellos -dos de los más reputados cultores del movimiento en Chile-, conocer la marca, el modelo, año de fabricación y procedencia de un avión es una obligación que se toman muy en serio.

Para Osvaldo Martínez (32), estudiante de derecho y fundador de la página “Modo Charlie” -quizás la más recurrida publicación web de contenidos aeronáuticos en el país-, el término spotter no representa bien a esta pseudotribu urbana. “Yo no comparto la definición, porque los verdaderos spotters eran especialistas de reconocimiento de aeronaves que aportaban sus conocimientos a la defensa. Pese a que nosotros también cultivamos el conocimiento, esto es distinto”, afirma.

“Una vez me preguntaron ‘y esto que usted hace, ¿a quién le importa?’… La verdad, no supe qué responder. Sólo puedo decir que he hecho de esto mi forma de vida”, relata Romero, hoy corresponsal de variadas publicaciones aeronáuticas en papel e internet y quien vive de la actividad.

Romero no recuerda cuándo nació su interés por esta labor. Sólo tiene muy presente el que califica como el momento más emocionante de su vida: en 1996, cuando junto a su padre asistía al aeródromo de Los Cerrillos para la inauguración de la FIDAE, a lo lejos presenció una movediza nubosidad gris. “‘¡Es el B2!’, grité. Ese día fui el único tipo presente ahí capaz de notar que el poderoso bombardero norteamericano volaba por primera y única vez en el espacio aéreo chileno”.

La seguridad con que manejan cada detalle, cada parte de la historia de un aparato en particular, y hasta los antecedentes anotados en su historial de vuelo, los pone en la paradójica condición de “aficionado-experto”, por contradictorio que ello parezca.

Pese a que se requiere ser un iniciado en temas aeronáuticos, los cultores del movimiento aseguran que cada vez que un avión está a punto de aterrizar, cuando se oye el zumbido de una aeronave en el cielo, “todos, sin excepción, nos transformamos en spotters , porque eso es parte de la naturaleza humana: la curiosidad”, precisa Anciaux.

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Michel Anciaux y Alvaro Romero

Algo así ocurrió con la llegada a Chile del primer Boeing 787 de LAN el sábado 1 de septiembre. “Los verdaderos spotters no éramos más de cinco sujetos entre un enjambre de casi 100 personas comunes y corrientes que se habían instalado en el camino perimetral del aeropuerto con sus cámaras, iPods, celulares, filmadoras, y hasta cuadernos de dibujo”, recuerda Romero.

Gurú
Como en todo pasatiempo, éste también tiene su gran maestro. Aquel del que todos hablan, pese a que anunció su retiro hace años. Se llama Herman Lüer, y, según dice el mito, mantiene en su poder el más completo y documentado archivo con fotos de aparatos y matrículas. Según Romero y Anciaux, de publicarse, el material de Lüer serviría para contrastar otros intentos y generar un solo gran registro de todas las matrículas del presente y pasado que han volado en territorio chileno alguna vez.

“Esperamos que algún día él abra y publique su archivo, para el beneficio de todos los fanáticos de la aviación del país”, pide Romero, como elevando una plegaria que le permita poder presenciar el hipotético momento.

Michel, en cambio, parece estar menos emocionado. Nació hace 59 años en Bélgica, y tras décadas como piloto de la minería y como sobrecargo aéreo, se avecindó en Chile. Hoy se permite contemplar y exhibir un robusto archivo en blanco y negro que permite advertir la dinámica historia de la aeronáutica nacional.

Consultado si su hobby no se ha tornado más impopular en Chile debido a la presencia casi hegemónica de LAN, asegura que “antes, en mi época, había muchos más modelos que podría identificar a simple vista. En esos años había una gama mucho más amplia de aviones, como el Caravelle, el 134, el 18, el 19, el Boeing 747. Pero ahora están sólo Airbus y Boeing”.

Añade, en perfecto castellano, que, “sin embargo, compensamos esa falta con otros elementos, como cuando llega un avión con pintura distinta, como el Qantas que llegó pintado de fórmula Uno. Ese día estábamos contentos; en fin, la falta de variedad se compensa con otras cosas, como la rareza y el exotismo de los colores”.

Consultado si la comunidad spotter chilena mantiene contacto con sus similares de otras latitudes, Anciaux explica que “los spotters somos una comunidad mundial. Yo diría que a nivel global, en todos lados hay personas que están involucradas con esta actividad. Los holandeses son fanáticos, los ingleses igual; siempre hay contacto”.

“Pero ojo -advierte-, siempre hay celos por la competencia. Un día en la FIDAE yo estaba tomando fotos cuando había dos holandeses a mi lado. Hablé un poco con ellos, y hasta ahí no más llegué, porque siempre están con la idea de que si hablas con alguien, perderás la oportunidad de tomar fotos. Eso es la competencia que se está viviendo”, concluye.

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