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Extracto de pasajes de su libro Memorias de un Capitán Rebelde (2ª Edición 1964) que describen su camino a convertirse en piloto y héroe de la revolución cubana. Un proyecto de vida construido con esfuerzo, perseverancia y audacia, sin reparar frecuentemente en la consecuencia de sus apasionados ímpetus, pero siempre fiel a sus principios y convicciones.

“…cuando tenía tan sólo once años empecé a trabajar en una tienda que se llamaba El Pobre Diablo, que era de propiedad de unos españoles y estaba ubicada en la única calle de un pueblo minero llamado Andacollo, en la provincia de Coquimbo. A los trece, había empezado trabajar en las minas Rosario del mismo pueblo; y a los quince, y habiéndome aumentado la edad, ingresaba a la Escuela de Grumetes en la isla Quiriquina. A los veinte, me incorporaba a la Línea Aérea Nacional, como radiotelegrafista. Me hice piloto después de grandes sacrificios y muchas veces tuve que optar entre un plato de comida o unos minutos de vuelo. Prefería volar. Total, el hambre no se notaba en las alturas y muchas veces la felicidad no nos deja sentir el angustioso reclamo del estómago. Pude haberme incorporado al cuerpo de pilotos de la Línea Aérea Nacional, pero en 1949, por haberme plegado voluntariamente a una huelga contra el vicepresidente de la LAN, don Juan del Villar, tronché mi carrera que tanto me había costado, ya que varios incondicionales del vicepresidente no me perdonaron jamás este gesto de lealtad gremial. Fui víctima de una persecución sistemática y pertinaz, que culminó con mi renuncia a la Institución que tanto había amado.

Pasado un tiempo, logré incorporarme como piloto a la Compañía “A.L.A.”, gracias a las influencias y apoyo .de buenos amigos como Oscar Eggers, Hernán Salas, Fernando Serra, Eduardo Sepúlveda, Patricio Délano y otros compañeros que me brindaron la gran oportunidad que yo deseaba en la vida. Todo fue bien, hasta que me enamoré de la gran causa de la Revolución Cubana.

Abandoné todo para ponerme al servicio de Cuba por intermedio de mi aventurero y querido amigo Hugo Burr Rodríguez, a quien un día de febrero de 1959 encontré reclinado sobre un gran mostrador de la Base Aérea de Libertad, en La Habana, vistiendo un traje celeste mal cortado y llevando una enorme pistola Colt 45 al cinto. No necesitó muchas palabras para convencerme. La aventura me atraía, y aún más, la causa.

Volví a Chile y presenté mi renuncia a don Atilio Biseo, Gerente de “CINTA-ALA”. La primera vez que le planteé el asunto, me echó con cajas destempladas de su oficina, a la vez que gritaba en su castellano mezclado con italiano:

-Ma qué, Lagas; cómo se le ocurre semejante estupidez. Usted está muy viejo para meterse en nuevas aventuras. Mucho le ha costado llegar a ser lo que es, para que ahora lo tire por la ventana. ¿Y todo para qué? – agregaba bufando de ira-, para meterse a revolucionario.

Tenía razón don Atilio, pero. . . lo convencí y partí a Cuba; lleno de esperanzas, nobles anhelos y grandes ideales. Yo no sabía que en el lapso de mi pasada por Cuba y regreso a Chile habían pasado también por La Habana Chacho Acevedo y Carlos Riderelli, quienes se habían ofrecido a la Fuerza Aérea Rebelde como instructores y, a la vez, comprometido a llevar un grupo de pilotos chilenos con ellos. A mí no me tomaron en cuenta para nada, a pesar de que ellos supieron en su debido tiempo que yo también me había presentado, si bien “con colores propios”, es decir, fuera del grupo. Finalmente, nos encontramos todos  haciendo antesala en las oficinas del Comandante Pedro Luis Díaz Lanz, donde, después de muchos ajetreos, fuimos contratados.

En mayo de 1959 nos visitó el comandante Fidel Castro Ruz. Los nueve instructores chilenos, que integrábamos la “Misión chilena”, corno pomposamente calificaba a nuestro grupo el “actual” camarada, Comisario político y Adoctrinador de la Junta Central de planificación de Cuba, el ex Capitán de la Fuerza Aérea de Chite, compañero Andrés Andrade, nos encontramos con Fidel en el despacho del comandante Díaz Lanz.

Fidel estrechó afectuosamente la mano de todos y cada uno de nosotros. Dando grandes zancadas a lo largo y ancho de la oficina, nos agradeció nuestra presencia en las filas de la Revolución, la gran cooperación que estábamos prestando al formar la Fuerza Aérea Revolucionaria. Siguió largo rato alabando nuestra labor y lo que ella significaba para la Revolución. Yo no Io escuchaba. Lo observaba detenida y fijamente. Por primera vez en mi vida tenía ante mí a un verdadero guerrero, a un revolucionario; al patriota que había arrancado de las garras del tirano Batista al pueblo oprimido de Cuba.

Al hombre que había hecho realidad el sueño de una nación; al líder que conduciría a ese pueblo por los senderos de la libertad, de la democracia y felicidad, para ejemplo de todas las naciones latinoamericanas. Así lo había prometido desde la Sierra Maestra, y ahora las promesas se convertirían en realidad. Bastaba mirar a ese enorme titán, escuchar su voz encendida de fe y esperanza, para reconocer que el pueblo cubano no se había equivocado esta vez; y que, por fin, había encontrado y elegido al hombre que todo pueblo desea seguir, para bien de todos y en beneficio de todos…

Pensaba en eso cuando Fidel, con las manos en la cintura, -gesto muy característico de él en aquel entonces-, nos preguntó a boca de jarro:

-Bueno, señores, ustedes conocen más que nadie la situación de la Fuerza Aérea Rebelde, -se detuvo un instante mirando pensativamente la punta de su enorme tabaco, para después proseguir-, y como ustedes saben eso, yo quisiera saber, -una nueva pausa-, ¿qué actitud asumirían ustedes, digamos en una emergencia interna o externa?

-Se paró con las piernas abiertas y su penetrante mirada trató de leer la respuesta a su pregunta en nuestros rostros-. Ustedes saben –agregó que no tenemos pilotos experimentados y con la experiencia que ustedes poseen…
Un silencio molesto se interpuso entre nosotros, hasta que Carlos Riderelli se atrevió a contestar por el grupo.
-Comandante, considerando que la “Misión Chilena” es estrictamente profesional y técnica, lamentamos decirle que no podemos tomar parte activa en los asuntos internos de la Revolución. (1)
Un gesto de desagrado y desilusión ensombreció el rostro de Fidel; sin decir ni una sola palabra más, haciendo una pequeña venia, se alejó, seguido por sus guardaespaldas y una nube de aduladores, que no lo dejaban ni a sol ni a sombra.
Al término de esa reunión, y completamente conquistado por las palabras, gestos y presencia del Comandante Fidel Castro, me sentí avergonzado. Nos había pedido nuestra ayuda nada menos que el Primer Ministro de la Revolución Cubana, y nosotros se la habíamos negado. Considerando que yo no pertenecía al grupo de la “Misión Chilena”, tomé inmediatamente una resolución que me dictaba mi conciencia: escribí una carta al Comandante Juan Almeida Bosque Jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria, a quien le expuse sencilla y concretamente que consideraría un honor si la Fuerza Aérea solicitaba mis servicios en cualquiera emergencia.
Fue así como en agosto de 1959 fui llamado por el Comandante Almeida para llevar soldados, armas y personal médico al pueblo de Trinidad, al sur de Las Villas cuando el Generalísimo Trujillo envió desde Santo Domingo una expedición dirigida por el cura Velasco. Fue mi bautismo de fuego al servicio de la Revolución cubana. Llevaba treinta v seis horas sin dormir, cuando al regreso de uno de mis vuelos a las tres de la mañana, Almeida me ordenó prepararme para efectuar un vuelo en tres horas más a. . .Santiago de Chile.
Creí al principio que se trataba de una broma, pues lo único que deseaba en ese momento era un buen baño y tenderme en la cama a dormir un par de días. Estaba completamente agotado. Pero. . . no era broma.
A las cinco en punto estaba listo para salir con destino a mi lejana patria, en un viaje que hizo historia, ya que, al parecer, Almeida confundió Santiago de Cuba con Santiago de Chile o, lisa y llanamente, no tenía la más remota idea de la ubicación de Chile. Como salimos sin formalidades ni autorización de ninguna especie, estuvimos detenidos en Panamá, Perú y Chile. En el Grupo 10, en Los Cerrillos, se desató un enorme escándalo cuando nos vieron bajar del avión vistiendo uniformes verde olivo, sin los correspondientes permisos, sin documentación y con un cajón lleno de pistolas y subametralladoras. Traté de explicarle al General Jenkins (sic) que las armas para el Ejército Rebelde en esos días eran más importantes que los pantalones. Las entregué al Oficial de Guardia levantando un acta de dicha entrega.
Los soldados, clases y oficiales de la Fuerza Aérea de Chile nos atendieron con la característica hospitalidad y generosidad de nuestra tierra. Regresamos de nuevo a Cuba después de haber permanecido diez horas en Santiago. Durante esas horas fuimos visitados por el Embajador de Cuba en Lima, don Carlos Lechuga; por el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, don Raúl Roa, quienes se encontraban de paso por Chile a raíz de la conferencia  de cancilleres que se desarrollaba por esos días en esta capital. También fue el senador Salvador Allende a interesarse por nuestra situación. Después de despedirme de mis hermanos René y Poly, despegué de nuevo con rumbo a La Habana.

Al llegar de regreso a Cuba, me encontré con la sorpresa de que varios compañeros chilenos querían renunciar y regresar a Chile, pues como decía el Capitán Andrés Andrade, no estaban acostumbrados a vivir en un país incivilizado, ya que en cualquier  momento podían ser alcanzados por las balas en las calles de La Habana. Mucho me dolió que dijera esas palabras, pues yo empezaba a sentir la Revolución Cubana como cosa propia. Y así se Io manifesté. Esto me indujo a presentar de inmediato mi renuncia indeclinable, como Instructor Extranjero, poniéndome incondicionalmente y sin restricción alguna, al servicio de la Revolución. El Comandante Sergio del Valle Jiménez, Jefe del Estado Mayor General, agradeció personalmente el gesto y por Decreto presidencial, fui nombrado Capitán de la Fuerza Aérea Rebelde, miembro del Ejército Revolucionario. ”

(1) Efectivamente el gobierno cubano había contratado instructores civiles chilenos por una remuneración mensual de setecientos dólares dejando claramente establecido que quedaban eximidos de una participación en operaciones militares.

*

“Contemplo un globo terráqueo que tengo en la sala. Al hacerlo girar, recorro con la vista los distintos mares y países que he navegado y conocido en mi aventurera vida.
Añoro aquellos días en que siendo tan sólo un niño, forjaba mi alma y templaba mi cuerpo en las minas de oro de Andacollo, en mi patria lejana y querida. Cuando tenía que recorrer decenas de kilómetros diariamente, cargado con dinamita, pólvora, guías, herramientas y alimentos para los mineros que ansiosos esperaban mi llegada. Durante meses mis espaldas juveniles se arquearon con esa pesada carga, hasta que mi padre logró reunir lo suficiente para comprar un burro. Ese fue mi primer y mejor amigo. Jamás he tenido ni tendré amigo más fiel y paciente; mientras siga palpando la ruindades humanas, con más cariño y  afecto añoraré a aquel sabio y astuto animal.

En las largas caminatas Por los pequeños senderos de las montañas, acompañados tan sólo por la majestuosa e imponente belleza de la Cordillera de los Andes, sostenía grandes conversaciones con mi dócil asno. Mucho aprendí de él pero tengo que reconocer con hidalguía, que sólo fui un alumno mediocre, pues mi querido Conejo, que así se llamaba, jamás tropezaba dos veces, en la misma piedra. Condición especial de ese noble animal, por la cual se diferencia de nosotros, los seres humanos, que vivimos cometiendo los mismos errores. El siempre escogía los senderos más cortos y seguros, los pastos más tiernos y aguas cristalinas; desconfiaba hasta de su propia sombra y siempre estaba atento y alerta, moviendo sus largas orejas como antenas de radar, para localizar un probable enemigo y así darle frente, por más burro que fuera. Tampoco aprendí esa lección y el tiempo demostraría mi error, ya que ahora nuevamente, sentía en carne propia, las garras de la traición.

Pasan rápidamente los recuerdos por mi mente sin quererlo aflora una sonrisa a mis labios, al pensar en las noches de juerga, amor y pendencia, en mi agitada vida de marinero. Era una vida de aventuras plenas, inquietudes y, también, sinsabores. Siempre pensando en un puerto lejano donde nos esperaban los labios ardientes de unja mujer, una botella de licor extraño y a Io mejor, una buena pelea en un callejón cualquiera. Vida aquella de la cual también aprendí, pero tampoco lo necesario; eso sí, experimenté la verdadera sensación del significado de la amistad, la lealtad y la hombría. Donde los hombres eran más hombres y las mujeres más mujeres. Donde el canalla, el delator y el arribista, no tenían cabida, pues nuestro desprecio y puños, eran barreras infranqueables, para esa bazofia humana. En la Marina de Guerra de Chile supe lo que era hambre, frio calor y sed; vida y muerte, pues muchas veces por cualquier motivo estúpido y sin importancia alguna, nos jugábamos la vida con una despreocupación insensata y con una pasión digna de una mejor causa.

Cuando por fin me convencí que era una nave sin rumbo y que estaba en un círculo sin principio ni fin, decidí  levar anclas y aproarme hacia nuevas inquietudes y responsabilidades morales. Fueron momentos duros y difíciles. Principalmente cuando reclamé con firmeza un derecho adquirido , al obtener el primer puesto en todos los ramos Técnicos Humanísticos en la Escuela de Grumetes de la Marina de Guerra de-Chile, por lo que se me había otorgado el Gran Premio del curso del año 1941, dos medallas de plata, seis diplomas, una maleta de cuero, un juego de lapiceras, un reloj y tres premios en dinero efectivo, un viaje al extranjero en el Petrolero Rancagua, y el honor de haber sido el único caso en esa Escuela, en que un alumno se adjudicase todos los galardones en un año. Además, me hice acreedor a una beca para la Escuela de Oficiales. Beca que jamás me fue concedida. ¡Por reclamar ese derecho, empecé a experimentar en mi vida, las amarguras de la injusticia!

Algunos señores oficiales de la Armada, productos genuinos de un sistema castrense aristocrático, no  concebían que un hombre pudiera surgir en la vida por sus esfuerzos, conocimientos, sacrificios y espíritu de superación. No lo concebían, y a la vez se oponían a ello con todo el peso de la autoridad que sus grados y rangos les conferían. Cuando, por fin, me convencí de que era inútil insistir en mi petición, solicité la licencia. Por este delito, fui condenado por primera vez a quince días de arresto, empezando desde ese momento mi largo calvario. Todos los sábados a las 11:30 horas de la mañana, impecablemente uniformado, asistía a una formación llamada: “PETICIONES y JUSTICIA”, ahí estaba también un Teniente impecablemente uniformado, a quien nosotros llamábamos: “El Cara de Guagua”. El diálogo era siempre igual. Apenas me veía en las filas, su cara imberbe se iluminaba con una sádica sonrisa. El muy cretino sabía el motivo por el cual yo me encontraba en esa formación.
-¿Qué desea, Lagas?
Yo contestaba con palabra fuerte, clara y cortante, como corresponde a la rigurosa disciplina de nuestra Marina de Guerra.
-La licencia, mi Teniente. (Así, sin tomar aliento y de corrido).
-Quince días. Fila. (También de corrido y sin siquiera mirarme).
Yo efectuaba un perfecto giro y me incorporaba a la fila, sin pronunciar palabra; es decir, sin pronunciar palabra en voz alta, pues si el Teniente hubiera escuchado mi repertorio en ese momento, con seguridad me habría hecho fusilar.
Así pasaron largos e interminables meses, en que todos los santos sábados a las 11,30 horas, se repetía la misma escena. El Tenientito gozaba y yo, enriquecía mis amplios conocimientos en materia de maldiciones, y “garabatos”.

Lo divertido del caso ocurrió un día en que me fugué en Punta Arenas y regresé, más bien dicho “me regresaron” a bordo, con una borrachera de padre y señor mío. Me olvidé entonces de decir silenciosamente lo que sentía por ese desalmado y lo dije en voz alta. La que se armó fue del diablo. Feliz y finalmente, logré mi ansiada libertad, después de meses de injustos castigos.

El día que formé en la cubierta del Acorazado “Almirante Latorre”, para desembarcar definitivamente e incorporarme a la vida civil, estaba de Oficial de Guardia, el mismo Teniente que tan “grata” vida me había hecho pasar en los últimos dos años a bordo. Me miró con su eterno gesto despectivo e hiriente. Para él, como para muchos oficiales de aquel entonces, nosotros no éramos marineros, seres humanos de carne y hueso, sino que, bazofia, escoria humana, sub-hombres. Y como tales, nos trataban. El “Cara de Guagua” se dio el gusto de “mosquearme” por última vez, como con un salivazo, al decir entre dientes:
– Ya te veré pidiendo limosna por las calles y después, solicitando de rodillas que te reincorporen a la Armada. ¡Carne de prostíbulo!
Fue la primera vez en mi vida que deseé matar a un hombre. Tenía tan sólo veinte años.

Recorrí incansablemente las calles de Santiago de Chile, con mis diplomas bajo el brazo, una sonrisa en los labios y una seguridad absoluta de vencer. Sólo necesitaba una oportunidad en la vida.
Más de una vez me paré frente a la vidriera de un restaurant, para admirar unas bellas langostas que parecían burlarse del hambre que sentía, muy bien protegidas por el vidrio que nos separaba. O esos preciosos filetes, rojos como una rosa, que hacía tiempo no saboreaba y que en esos momentos, me contentaba con mirar. Así empecé, hasta que poco a poco fui encontrando el rumbo previamente previsto.
Y llegó el soñado día en que piloteando un frágil Aeronca en el Club Aéreo Civil de Chile, me sentí más valiente, temerario y audaz que Charles Lindbergh. Había sido mi primer peldaño ascendente, en esa escala giratoria que lo lleva a uno hacia abajo, y que uno se esfuerza por subir; desgarrándose y dejando huellas de tan titánico esfuerzo, a lo largo de ella. Esa ruta angustiosa que se llama: VIDA. Con una nitidez y claridad asombrosas, recuerdo incidentes ya casi olvidados, casos y cosas que pertenecen al pasado, pero que vuelvo a vivir en ese instante de soledad y tristeza. Como aquel accidente ocurrido en Talara, Perú, cuando tuvimos que aterrizar un C-46 cargado de pasajeros, en una sola rueda. De noche y con mal tiempo, con el Capitán Sergio Smith, valiente y querido compañero, ¿Dónde estará ahora ese chico? “

*

Ya desencantado por el rumbo perdido de su querida revolución, Lagas hizo a principios de 1962 un último intento de serle fiel, postulando, a los 35 años, como piloto civil a Cubana de Aviación. De poco le sirvieron sus antecedentes en su bitácora de vuelo con experiencia de vuelo en C46, C47, C54, B26, Lodestar, Aerocommander, Cessna 310 y otros, ni su currículo como “compañero Capitán Piloto de Guerra E.R.” de la Fuerza Aérea Rebelde de Cuba, ni ser condecorado “Héroe de la Revolución”, para facilitar su incorporación. Sólo gracias a “instrucciones del Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro de Gobierno” la Dirección de Aeronáutica cubana dejó de obstaculizar su reconocimiento como piloto civil y Cubana de Aviación se allanó a recibirlo. Lamentablemente sus “pésimas condiciones físicas y mentales” obligaron a Lagas a renunciar a los pocos meses y preocuparse seriamente de su regreso definitivo a Chile. Esto se cumpliría el 28 de Diciembre de 1962 en compañía de su mujer Adriana y su hijo de seis meses.

La suerte no acompañó a Lagas finalmente a su regreso. Fiel a su pasión, siguió volando hasta el 25 de Mayo de 1971. Ese día Jacques Lagas Navarro  despega con el Capitán Edgardo Osses Valdivia en un Curtiss C46 de la empresa Aerolíneas Flecha Austral – ALFA – (CC-CAZ) desde el aeropuerto de Los Cerrillos en un vuelo carguero. Se produce una falla del motor derecho dos minutos después del despegue. El piloto regresa a aterrizar pero se estrella a 2 KM al sur del cabezal de la pista 03. El avión sufre pérdida total y fallecen los dos pilotos, el mecánico y el propietario del avión. No fue posible determinar la razón por la cual el avión fue incapaz de regresar en forma segura con un motor operando.

Mayor información sobre Jacques Lagas está disponible, gracias a Ivan Siminic, en la página Click aquí
Detalles del accidente se pueden ver en Click aquí

Categories: Crónicas

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