Por Mariano Latorre
(1886-1955)

airedechile

Azul de Chile.

Mañana de verano, levemente  nublada. A ratos, nubes perezosas agrisan la llana perspectiva del aeródromo.

Próximo a despegar, rezonga el “Inés de Suárez” (2). En su vertiginoso girar, las hélices son dos círculos casi disueltos en el aire. Su organismo metálico; vibra como si cobrase vida. Y con él, mis nervios. Pero no de temor. Más bien, por el embrujo del vuelo, por la inminencia de una visión de Chile, desde el aire.
Gigantesco mapa en relieve es la tierra que se va desplazando bajo el avión, con las chatas cabezas de los cerros y las hebras plateadas de los ríos. Se me ocurre un balcón milagrosamente suspendido en el aire. Tal es su estabilidad.

Impalpable y liviano, nos envuelve el azul de Chile. Porque nuestro cielo posee, según los pintores, un singular matiz azulado, entre la innumerable gama de los azules. No es el zafiro aterciopelado de los cielos tropicales ni el azul frío de los climas cercanos al polo. Es el equilibrio de los azules densos y los azules blanquecinos. Velatura delicada en la que colaboran hálitos de mareas, líquida sombra de cordillera y blanca irradiación de ventisqueros.

El mar, inesperadamente.

Laberinto de arrugas la cordillera de la costa. Arrugas rojizas, con negros patacones de árboles raquíticos. Un espejo de plata lechosa, de improviso. Es Aculeo, el primer hermano de Tagua-Tagua. Ayer, otro lago de los cerros de la costa.
Brusco cambio del tiempo, repentinamente. Nubes silenciosas asaltan el avión y ahogan en su marea blanca la cordillera de la costa. En los ventanillos papirotea el chubasco. La alta lluvia escribe en los vidrios sus jeroglíficos de cristal. El avión cambia de rumbo, buscando visibilidad. En su viraje veloz, es como un dibujante modernista, dislocando el equilibrio de la atmósfera. Se desplaza la tierra en plano inclinado, y en un desgarrón, entre neblinas doradas, muerden el cielo los dientes de nieve de los Andes.

Se advierte la sensación de descenso. Velozmente planeamos hacia la costa. Se precipita hacia nosotros la masa plateada del mar, suavemente separado de las nubes por la línea del horizonte. Leves rizaduras blanquecinas aletean entre miles de manchas obscuras y brillantes. El chubasco ha desviado la ruta momentáneamente, regalándonos una visión nueva.

Vuela el avión a escasa altura sobre la costa. Blanquean las rompientes al tocar en los espolones negros de las rocas o al deshacerse en la medialuna de las playas. El encaje de la espuma es ahora nuestra ruta. Gaviotas y piqueros, ligeras salpicaduras blanquecinas, evolucionan sobre el mar. Inesperadamente se rompe la costa en las bocas de los ríos: el Mataquito de los indios, el Maule legendario de los astilleros, el Itata de los naufragios.

Pasan en rápido desfile los pobres caseríos costeros, la opaca rojez de las planicies cercanas al mar, las negras quebradas y los puntas obscuros de los viñedos de rulo.

Pero volamos en el cielo de Chile y es el verano.

Un golpe de sur ha disuelto las nubes, y el sol chorrea oro reverberante en el aire azul y destaca a plena luz los ásperos perfiles de la tierra maulina amodorrada junto al mar.

Maule, campesino y marinero, jugoso y salobre, con la sustancia de sus mostos y el sabor nutritivo de sus mariscos, el tesón de sus labriegos y la audacia de sus marinos.

Grises monolitos, carcomidos por las mareas, pasan las piedras históricas: “Las Ventanas”, “La Piedra de la Iglesia”, “Los Calabocillos”, y adentrado en el mar, minutos más tarde, el Cabo de Carranza, con la blanca columna de su faro disuelta en la neblina de las olas; luego, los médanos de Chanco, crespos de pinares, y a lo lejos, Cobquecura (3), entre los cerros y el mar.

Vértigo de cerros tocados de azul y de rocas blanqueadas por el mar. Playa y colina, escuela de vigor y tenacidad que templó el ánimo del hombre del Maule.

Huye el paisaje bajo el avión, y la fantasía a la par.

La vida bulle en los rincones de la tierra, sin que nosotros la advirtamos. Ni el rumor de los esteros, ni el canto de los pájaros, ni las voces de los costinos arreando sus flacos ganados o en el casco del bote pescador. Maule, fuga de laderas que van al mar como los esteros y como los campesinos. Por eso el mango del arado es la caña del timón. El marino, hombre de campo, y el ‘campesino marinero.

Se pierde Maule en un borrón azul, y ahora es la costa de Concepción la que se dibuja, con. la quietud de sus bahías y el lomo disparejo de las penínsulas. Enorme cetáceo, la Quiriquina cierra la herradura de Talcahuano. En la pardez de las tierras planas platea el Bío Bío, el río de la Frontera. ‘

Planea el avión sobre el aeródromo de Hualpencillo. La cancha negrea de gente. Con la seguridad de un pájaro, el avión se adhiere a la dura tierra.

Sobre el valle Central.-

Dos días más tarde, volamos de vuelta a Santiago. Ríe el sol recién lavado entre los Andes y el mar. No mancha la niebla esta vez el vigoroso vuelo del avión. Resuena la igual respiración de sus motores, como embriagados de aire.

De nuevo la cordillera de la costa con su interminable acumulación de jorobas, sus plateados riachuelos y sus caserones de tejas  obscuras, fundidos casi en la greda tostada de la tierra.
De pronto ¿es un capricho del piloto, ebrio también de aire como su avión o es que Huidobro (4) nos ha oído que deseamos volar sobre el valle central?

El avión se aleja del mar y de los cerros grises y enfrenta los Andes enclavados en el Oriente con su mole gris azul y sus picachos y conos volcánicos, blanqueados por la nieve.

Un río de verdura, el valle central, la huerta de Chile, se alarga hacia el Norte entre dos cordilleras, sus márgenes naturales.

Se entrecruzan las calles rectas de ciudades y villorrios, pardos relieves, islotes obscuros en la verde clara corriente. Los potreros son remansos, caletas inmóviles, punteadas por los lunares obscuros o rojos de los vacunos.

Inesperada visión de Chile y de su herencia geográfica en Sudamérica. No hace un año atravesé la Cordillera de los Andes y volé un día entero sobre la pampa argentina. Me parece, hoy, recordando su vasto verdor, sus cuadradas sementeras y potreros de engorda, la .cruz regular de sus ciudades y el enredo de sus carreteras, una amplificación del valle central de Chile, sin el baluarte azul negro de las cordilleras y la voz blanca del mar.

Es el patrimonio enorme y virgen de Argentina. Una multiplicación sin obstáculo del valle central.
Y esta antítesis me sugiere reflexiones impensadas. Es cósmica la pampa, pero es superficial e inasible. El valle central es angosto, pero tiene una vertical profundidad. Inmenso potrero la pampa, mugiente de vacas y trepidante de galopes. Huerta el valle central, cada terrón tiene la huellas del hombre y una simbólica significación. Sabor de uva y regusto de mostos cristalinos. Blando azúcar de duraznos y de peras. Correr cantarino de ríos, esteras y acequias. Y lógicamente, un hombre recio, astuto y petulante a la par, marino si se acerca al mar y minero si escala cerros y se adentra en los desiertos.

Baña un sol de oro la huerta de Chile. Verdea la alfalfa en los potreros, rayados por la plata de los canales de riego o se ennegrecen con ‘la nota morena de los barbechos recién arados. Bicromía típica, esencia del paisaje rural de Chile.

Ya estamos cerca de Santiago.

Se aprietan pueblos y aldeas a lo largo de los rieles y de los caminos. Agujereando alamedas y saltando ríos, rueda, allá abajo, un trencito en miniatura, y miniaturas son las carretas y los jinetes, en la cinta opaca de las carreteras.

Se perfila, en el cielo claro, el montículo gris del San Cristóbal. Asoma la cancha del aeródromo de “Los Cerrillos”. Rápido, el avión se acerca a la tierra. Unos minutos más. Los pesados neumáticos tocan el suelo en un suave rodar. Se apaga la trepidación de los motores y las aspas barnizadas de la hélice adquieren relieve, de improviso, como alas después del vuelo.

***

(1) Relato del vuelo inaugural de LAN a Concepción efectuado el 22 de Noviembre de 1941 a bordo del avión Lockheed Electra A – 10 “Inés de Suarez”

(2) Nombre de uno de los primeros tres aviones bimotores Lockheed Electra A – 10 que llegaron encajonados en barco a Valparaíso a comienzos de 1941 para ser armados en la maestranza de LAN. Los otros dos fueron bautizados con los nombres de “Pedro de Valdivia” y  “Diego de Almagro”.

(3) Lugar de nacimiento de Mariano Latorre

(4) El Capitán del vuelo Sergio García Huidobro secundado por el copiloto Eduardo Lazo

Categories: Crónicas

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