(“NIGHT OVER WATER” por Ken Follet)

“Septiembre 1939. Inglaterra está en guerra con la Alemania nazi. En Southampton el avión transatlántico más lujoso – el legendario Pan American Clipper- despega para su último vuelo a la neutral América. A su bordo está la crema de la sociedad y la escoria de la humanidad, cada cual huyendo de la guerra según sus particulares razones…envueltos en un peligro que desconocen … encaminándose hacia una tormenta de violencia, intriga y traición…”

*

Leer esta novela de Ken Follett es la mejor manera de revivir la experiencia única de ser pasajero del famoso Boeing 314 y nada menos que en su último vuelo comercial. Por razones de espacio solo le ofrecemos el primer capítulo, pero la intención es que sea suficiente para entusiasmar la lectura del libro completo.

 

Características técnicas
4 Motores Radiales de 14 cilindros enfriados por aire:  Wright Cyclone R-2600-3, 1,600 hp (1,200 kW) cada uno.

Envergadura: 152 ft. (46.33 m.)

Largo: 106 ft (32.31 m.)

Alto: 20 pies 4½ “(6.22 m)

Carga de pago: 10,000 lb (4,500 kg) de correo y carga

Peso vacío: 48,400 lb (21,900 kg)

Peso máximo de despegue: 84,000 lb. (38,102 kg.)

Velocidad máxima en vuelo nivelado: 210 mph (340 km/h)

Velocidad de crucero: 188 mph (302 km/h) a 11,000 ft (3,400 m)

Techo: 19,600 ft (5,980 m)

Alcance: 3,685 mi (5,896 km) a crucero normal

“Era el avión más romántico que se haya hecho.

Descripción en imágenes del avión

CLICK PARA BAJAR ARCHIVO DE PRESENTACION CON FOTOS

Estando parado en el muelle de Southampton a las doce y media del día en que se había declarado la guerra, Tom Luther miraba al cielo esperando el avión con el corazón lleno de impaciencia y temor. Con su respiración tarareaba una y otra vez algunos sones de Beethoven: el primer movimiento del concierto el Emperador, una melodía repetitiva, apropiadamente bélica.

Había una multitud de curiosos a su alrededor: entusiastas de los aviones, con binoculares; niños pequeños y curiosos. Luther calculaba que debía ser la novena vez que el Pan American Clipper había aterrizado en las aguas de Southampton, pero la novedad no había desparecido. El avión era tan fascinante, tan encantador, que la gente acudía para mirarlo incluso en el día en que el país iba a la guerra. Al lado del mismo muelle estaban dos magníficos transatlánticos que se elevaban sobre las cabezas de la gente; pero los hoteles flotantes habían perdido su magia: todos miraban al cielo.

Sin embargo, durante la espera todos hablaban de la guerra, en sus diferentes acentos de inglés. Los niños estaban entusiasmados por la perspectiva; los hombres hablaban a sabiendas en voz baja de tanques y artillería; las mujeres solo se veían sombrías. Luther era un americano que esperaba que su país se mantuviera fuera de la guerra: no era un problema de América. Además, si algo podía decirse de los Nazis, es que eran duros con el comunismo.

Luther era un empresario de confección de ropa de lana que una vez había tenido muchos problemas con los rojos en su fábrica. Había estado a su merced: casi lo arruinaron. Todavía se sentía amargado al respecto. ¡La tienda de ropa masculina de su padre había quedado por el suelo por la competencia de los judíos y luego las lanas de Luther fueron amenazadas por los comunistas, los cuales en su mayoría eran judíos! Entonces fue que Luther se encontró con Ray Patriarca y le cambió la vida. La gente de Patriarca sabia como manejar a los comunistas. Hubo algunos accidentes. Un cabeza caliente quedó con su mano atrapada en un telar. Un reclutador del sindicato murió atropellado. Dos personas que se quejaron por violación de las normas de seguridad terminaron en el hospital tras una pelea en un bar. Una mujer alborotadora renunció demandar a la empresa después del incendio de su casa. Solo tomó unas pocas semanas:  desde entonces no hubo más trastornos. Patriarca sabía lo que sabía Hitler: la manera de lidiar con los comunistas era aplastarlos como cucarachas. Golpeando su pie en el suelo, Luther seguía canturreando Beethoven.

Una lancha salió del muelle de los botes voladores de la Imperial Airways para cruzar el estuario de Hythe y hacer varias pasadas a lo largo de la zona de amarizaje para verificar desechos flotantes. Un murmullo ansioso emanó desde la multitud: el avión debía estar por aproximar.

El primero en detectarlo fue un niño con grandes botas nuevas. No contaba con un binocular, pero su visión de once años de edad era superior a un lente. “Ahí viene” chilló. “Ahí viene el Clipper!” Apuntó hacia el sur oeste. Todos miraron en esa dirección. Al comienzo Luther solo pudo ver una vaga forma que podría ser un pájaro, pero pronto se definió su contorno y un zumbido de excitación se extendió por la muchedumbre cuando unos a otros comentaban que el niño tenía razón.

Todos lo llamaban el Clipper aun cuando técnicamente era un Boeing – 314. Pan American había encargado a Boeing construir un avión capaz de transportar pasajeros a través del Atlántico con todo lujo, y este fue el resultado: enorme, majestuoso, increíblemente potente, un palacio aéreo. La aerolínea ya había recibido seis y tenía pedidos seis más. En cuanto a comodidad y elegancia eran igual que los transatlánticos atracados en Southampton, pero el Clipper hacia el viaje en 25 o 30 horas.

Parece una ballena alada, pensó Luther al ver acercarse el avión. Tenía una gran trompa roma de ballena, un cuerpo macizo y una sección trasera ahusada que culminaba arriba con dos estabilizadores verticales. Los enormes motores estaban incrustados en las alas. Debajo de las alas iban sendas aletas marítimas que servían para estabilizar el avión mientras estaba en el agua. La parte inferior del hidroavión era una filosa quilla como el casco de un barco rápido.

Pronto Luther descubrió las grandes ventanillas rectangulares, en dos filas irregulares, señalando el primer y el segundo piso. Como había llegado a Inglaterra a bordo del Clipper, hace exactamente una semana, estaba familiarizado con su diseño. La cubierta superior alojaba la cabina de vuelo y las bodegas de equipaje; la cubierta inferior estaba dispuesta para los pasajeros. En lugar de filas de asientos está cubierta contaba con una serie de salones con sofás. A las horas de comida el salón principal se convertía en comedor y en la noche los sofás se convertían en camas.

Todo estaba hecho para aislar al pasajero del mundo y del tiempo fuera de las ventanillas. Había gruesas alfombras, suave iluminación, telas aterciopeladas, colorido suave y muy confortable tapicería. La insonorización reducía el rugido de los poderosos motores a un distante tranquilizador zumbido. El capitán era tranquilamente autoritario, la tripulación impecable y elegante en su uniforme de Pan American, los camareros siempre atentos. Cada necesidad era satisfecha; había alimentos y bebidas en forma constante; todo lo que uno pudiera desear aparecía como por magia al momento de pedirlo; literas con cortinas a la hora de acostarse; fresas frescas para el desayuno. El mundo exterior comenzaba aparecer como irreal, como una película proyectada sobre las ventanillas; y el interior del avión era como el universo entero.

Esa comodidad no era nada barata. La tarifa de ida y vuelta era de US 675, la mitad del precio de una pequeña casa. Los pasajeros eran personas de la realeza, estrellas del cine, presidentes de grandes corporaciones y de pequeños países.

Tom Luther no entraba en ninguna de esas categorías. Era rico, pero había tenido que trabajar duro para ganarse su dinero y normalmente no lo habría dilapidado en lujos. Sin embargo tuvo la necesidad de familiarizarse con el avión. Le habían pedido hacer un trabajo peligroso para un hombre poderoso – muy poderoso por cierto. No se le pagaría nada por el trabajo, pero un favor hecho a ese hombre valía más que dinero por recibir. Sin embargo, todo podría ser suspendido: Luther estaba esperando el mensaje final que le daría el vamos. La mitad del tiempo se sentía ansioso por seguir adelante con el plan, la otra mitad tenía la esperanza de no tener que hacerlo.

El avión descendía en un ángulo con la cola más baja que su nariz. Ya estaba bastante cerca y nuevamente Luther se impresionó con su tremendo tamaño. Sabía que tenía 109 pies de largo y 152 pies de una punta de ala a la otra, pero las dimensiones sólo eran números hasta que no se veía verdaderamente esa impresionante cosa flotando en el aire. Por in momento parecía que no estuviera volando sino cayendo y que se precipitaría al mar como una piedra y hundirse hasta el fondo. Luego pareció quedar suspendido en el aire, justo sobre la superficie como si estuviera colgando de un cordel por un tiempo largo de suspenso. Finalmente tocó el agua, rozando la superficie, cortando la cumbre de las olas a modo de una piedra lanzada en forma rasante sobre el agua, generando pequeñas explosiones de espuma. Había poco oleaje en el protegido estuario, pero un momento más tarde el casco se hundió en el agua acompañado de una explosión de espuma como el humo de una bomba. Surcó la superficie dejando una estela blanca, levantando dos curvas de espuma a cada lado; y Luther se imaginaba a un pato real descendiendo sobre un lago con sus alas extendidas y sus patas encogidas. El casco se hundió más aumentando las cortinas de espuma que parecían sendas velas desplegadas hacia la izquierda y la derecha; entonces se comenzó a inclinar hacia delante. Al nivelar el avión, la espuma aumentó sumergiendo más y más el vientre de la ballena. Finalmente bajó su nariz. Su velocidad bajó repentinamente, de la espuma quedó solo una estela y el avión se desplazó por el agua como la nave que era, con tanta calma como si nunca se hubiese atrevido a encumbrarse por los aires.

Luther se dio cuenta que había aguantado la respiración y dio un largo y aliviador suspiro. Volvió a canturrear.

El avión taxeó a su punto de atraque. Luther había desembarcado ahí hace una semana. El muelle era de dos espigones. En pocos minutos unas cuerdas atadas a montantes en la nariz y la cola del avión lo arrastraron retrocediendo a su lugar de parqueo entre los dos espigones. Entonces los pasajeros privilegiados emergerían de la puerta hacia la amplia superficie de las aletas marítimas del avión y de ahí caminarían por una pasarela a tierra firme.

Luther se dio vuelta y luego se detuvo de repente. De pie tras él estaba alguien a quien no había visto antes: un hombre casi de su misma estatura, vestido con un traje gris oscuro y un sombrero bombín, como un empleado camino a la oficina. Luther estaba a punto de ignorarlo, pero luego volvió a mirar. La cara debajo del sombrero bombín no era la de un empleado. El hombre tenía los ojos azules, una larga mandíbula y una boca fina y cruel. Era más viejo que Luther, unos cuarenta; era de talla ancha y parecía estar en forma; lucía guapo y peligroso. Miró a los ojos de Luther.

Luther dejó de canturrear.

El hombre dijo: “Yo soy Henry Faber”

“Tom Luther “

“Tengo un mensaje para usted”

El corazón de Luther pegó un salto; sorprendido. Trató de esconder su excitación y habló en los mismos escuetos términos que el otro hombre. “Bueno. Adelante”.

“El hombre que tanto le interesa estará en este avión el miércoles cuando salga a Nueva York”.

“¿Esta seguro?”

El hombre miró a Luther y no respondió.

Luther asintió sombríamente. Asi que el plan estaba en marcha. Al menos el suspenso había terminado. “Gracias”, dijo.

“Hay más.”

“Estoy escuchando”.

“La segunda parte del mensaje es: No nos decepcionen.”

Luther respiró profundamente. “Dígales que no se preocupen”, dijo, con más confianza de lo que realmente sentía. “El tipo puede salir de Southampton, pero nunca llegará a Nueva York.”

La Imperial Airways tenía una instalación para hidroaviones justo cruzando el estuario desde los muelles de Southampton. Los mecánicos de Imperial daban el soporte técnico supervisados por el ingeniero de vuelo de Pan American. En este vuelo el ingeniero era Eddie Deakin. Les esperaba un pesado trabajo, pero tenían tres días. Después de descargar a sus pasajeros en el atracadero 108, el Clipper taxeó al frente, a Hythe. Allí, en el agua, se maniobró para quedar sobre un dolly, luego fue remolcado por una rampa, como una ballena equilibrada en un cochecito, hacia el enorme hangar verde.

El vuelo transatlántico era un verdadero castigo para los motores. En el tramo más largo, desde Terranova a Irlanda, el avión permanecía en el aire durante nueve horas (y en el viaje de regreso, contra los vientos de proa, el mismo tramo demoraba dieciséis horas y media). Hora tras hora el combustible fluía, cada bujía chispeaba, los catorce cilindros de cada uno de los enormes motores bombeaban incansablemente hacia arriba y hacia abajo, y las hélices de quince pies cortaban las nubes, la lluvia y los vendavales.

Para Eddie ese era el romance de la ingeniería. Era maravilloso, era increíble que los hombres pudieran hacer motores que funcionaran con tanta perfección y precisión, hora tras hora. Había tantas cosas que podrían haber salido mal, tantas partes móviles que debían ser hechas con precisión y meticulosamente ensambladas de manera que no se rompieran, se deslizaran, se bloquearan o simplemente se desgastaran mientras impulsaban un avión de cuarenta toneladas a través de miles de millas.

El miércoles por la mañana el Clipper estaría listo para hacerlo de nuevo.”

*

Continuar la lectura de este libro es aventurarse a una experiencia única a bordo de un vuelo transatlántico del famoso Clipper B-314. La trama transcurre íntegramente durante el vuelo y los personajes se desplazan por las distintas “dependencias” del bote volador que son magistralmente relatadas en detalle por el autor.

***

Otro interesante libro sobre este mítico avión (“The Long Way Home” por Ed Dover) es el relato del regreso a su país de uno de estos aviones, que había quedado fuera de las fronteras de los EEUU durante la 2ª Guerra Mundial, y con la preocupación que no cayera en manos enemigas por tratarse de un objeto de avanzada tecnología para la época:

“Es la historia de cómo un avión B-314 de Pan-American Airways, atrapado en el Pacífico Sur, hizo un vuelo no planificado alrededor del mundo después del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Volando en total secreto y silencio de radio, el Capitán Ford y su tripulación de 10 hombres voló más de 31.500 millas en seis semanas, evitando la acción del enemigo en su esfuerzo por regresar con seguridad a los Estados Unidos. ¡Una hazaña asombrosa en 1941!”

Video: The long way home- The flight of thr Pacific Clipper:

[/et_pb_text][et_pb_text admin_label=”Text” background_layout=”light” text_orientation=”center” use_border_color=”off” border_color=”#ffffff” border_style=”solid”]

Este vuelo es considerado como el primero alrededor del mundo, efectuado por un avión comercial (no planificado y sin pasajeros). Un digno precursor de “las vueltas al mundo” de Lan Chile (planificadas y con pasajeros…Ver en CRONICAS 15.07.2011 “Cruceros del aire de LAN Chile 1985 – 1ª Parte” y 31.07.2011 “Cruceros del aire de LAN Chile 1985 – 2ª Parte”).

Categories: Crónicas

0 Comments

Agregar un comentario

Avatar placeholder

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *