El oso mono, o ¿el mono oso?

 

¿Qué fue lo que lo hizo tan popular dentro de la Escuela de Aviación, no sólo entre los Cadetes, sino entre Oficiales y Personal del Cuadro Permanente?

¿A qué se debió tanta habladuría en torno a él, chascarros, anécdotas, historietas, en las cuales, si no era él el personaje protagónico, le faltaba muy poco…? ¿Quién era ese OSO o MONO, o como quiera llamársele? ¿De donde había venido hasta sentar sus reales en la Escuela de Aviación y permitirnos así, escribir uno de los relatos más extravagantes de cuantos se han deslizado bajo nuestra pluma y que dicen relación con lo que ocurrió tras los paneles blancos que ocultaban hacia la calle el ruido de motores, tenidas azules, gentes inquietas, pero sumidas en un solo ideal?

 

Destapemos la olla y rompamos con el mito.

 

No sabemos exactamente por qué razón (no se olvide que la verdad absoluta es nuestro mejor apoyo), de la noche a la mañana se dio vacaciones a los Cadetes en pleno invierno, tal como si fueran liceanos. Si hubo alguna buena razón o valedera justificación, a lo menos el autor de este relato no la recuerda.

 

El Cadete J. Valdés (2), apodado por muchos como el INDIO, (había varios indios en la Escuadrilla) y que era el Onasis del curso (poseía moto), partió de paseo al extranjero, a Brasil. Podía aprovechar los días libres. Alguien de allá, quizás parientes o amigos, le obsequiaron un Oso ¿o Mono?, trayéndolo a nuestro país. Cuando su papá vio el raro animal, y con muy buen ojo, le ordenó que lo sacara a la brevedad de la residencia familiar. Valdés, no tenía donde llegar con el animal, por lo que decidió Ilevarlo a la Escuela de Aviación. Allá llegó con el bicharraco y como forma para que se le aceptara, inventó la “chiva” que lo llevaba de regalo, como “mascota” para el Curso.

 

Llegado a la Escuela le pidió al Oficial de Guardia que lo autorizara para dejarlo en algún rincón de esa dependencia. Este se negó; sin embargo, le sugirió que lo encerrara en la jaula que había albergado al recordado cóndor “Cachupín”. Esta, jaula (que hace años no existe), estaba situada en el parque, en el costado Sur-Poniente. Tenía dimensiones como para albergar un cóndor, al centro poseía un tronco grueso y una piedra grande como simulando una roca. Estaba rodeada de malla de alambre grueso apoyado en barras verticales de fierro. Poseía una techumbre de latón o zinc curvado, dando la impresión de pagoda. La jaula en que Valdés traía su espécimen, era pequeña, adaptada para el animal, donde éste venía encogido sobre si mismo.

 

Al verse suelto, el animal corrió por el suelo de su nueva prisión, pero muy luego se adosó al tronco y adoptó una posición de encogimiento.

Esa noche, ya en la formación, contó Valdés de su mascota, que él decía era un oso, y todos quisieron ir a visitarlo para saber de que se trataba.

El hecho es que al día siguiente todo el Curso de Cadetes, también los de todas las otras Escuadrillas, oficiales y personal, habían rondado por la jaula de CACHUPIN para observar la nueva adquisición, la nueva mascota de la Escuela.

 

¡Eso es un mono! – decían los entendidos. “No ha sido jamás un oso”, argüían otros. Había discrepancias. En realidad, su aspecto era más bien la de un mono. Cabeza pequeña, ojillos muy vivaces, nariz, labios, pómulos semejantes a las de un mono. Brazos largos, manos, piernas muy largas, pies, cuerpo delgado, tamaño de 1 metro aproximado. ” Mono por donde lo miren…” – era la conclusión generalizada, claro que no podía conocerse de que tipo. Cuando ya se hartaron de analizarlo y estudiarlo, el animal dejó de ser objeto de atención y pudo pasar sus horas en forma más tranquila, sin la mirada de tantos curiosos.

 

La segunda noche que permanecía en su nuevo habitáculo, fue cuando comenzó otro tipo de historia. El Cadete Héctor Paredes, (nombre ficticio, el real es…HPB – el autor), de la Escuadrilla conocida como la de los “Marcianos”, dormía profundamente soñando a lo mejor con su niña. En tal sueño, ella enfundada en siete velos, le danzaba apenas rozando los transparentes cristales de una superficie de espejos, le tocaba suavemente cara y cuello, con éstos. De pronto Paredes comenzó a sentir que uno de los velos le apretaba el cuello, cada vez con mayor y mayor presión. Con una mano trató de aliviar dicha presión tocando el velo … tratando de alcanzarlo …Y lo que tocó fue un brazo peludo… lo que lo hizo volver a la realidad de inmediato.

 

Efectivamente, un par de brazos peludos envolvían su cuello, haciendo presión sobre éste cada vez con mayor fuerza. ¡Lo que es la juventud …! Cualquiera otro, con tan insólito despertar, habría sufrido de inmediato un infarto cardíaco.

Paredes, quien no se caracterizaba por su arrojo o valor, reaccionó positivamente. “Esto es el mono” no puede ser otra cosa… me está apretando el cuello …tengo que zafarme de él. Entrecruzando sus manos, tomó suavemente los brazos que le oprimían, y de un impulso los abrió y saltó de la cama, sin que su opresor lo dejara de lado. El mono …, porque era el… quedó colgando frente a su cuerpo, sujeto por sus brazos los que debió extender para que no lo asiera también con la cola o las patas.

 

¿Qué hacer entonces …? Lo único que se le ocurrió a Paredes fue regresarlo a su jaula. Iba en camino a salir de la cuadra, sí los dormitorios, cuando el demonio, que nunca abandona a un cadete, si de algo puede utilizarlo en desmedro de un congénere, le hizo ver que la última cama, antes de salir de la cuadra, pertenecía al cadete Moreno (3) (¿o Montero?, parece que sí). Moreno era un excelente compañero, pero con un defecto capital. Sentía pavor ante las mariposas nocturnas, los sapos, las lagartijas y cuanto bichito pululaba por el entonces amplio recinto de El Bosque. Nuestro buen amigo dormía plácidamente.

 

Paredes llegó a los pies de su camarote y soltó al oso o mono. Luego, en veloz carrera regresó a su propia cama. No terminaba de cubrirse cuando en el recinto de la cuadra se escuchó un alarido de espanto, un grito desgarrador que estremeció hasta los vidrios de las ventanas y los flecos de las colchas. Ante tal ruido, los cadetes empezaron a despertar con murmullos y palabras poco académicas. El Brigadier, que dormía tras unos biombos gritó: “Enciendan las luces …”! Cuando esto se hizo, se pudo ver a Moreno parado a unos metros de su cama. Estaba tiritando. Mostraba con un brazo extendido, apuntando con un dedo, que también tiritaba, su propia cama.

 

En la medida que los cadetes llegaban cerca de él, miraban su cama en la que se veía un bulto, cubierto por las sábanas. Al correrlas, se descubrió al mono. Este se arrebujó más, como buscando calor. Al comprender lo que ocurría, la gran mayoría de los presentes no podía aguantar la risa. “Mire que ir a meterse precisamente a la cama de Moreno” … decían unos! Debe ser porque es la primera cama después de la puerta, sentenciaban otros.

 

Después que el espectáculo culminó y algunos manifestaron su intención de regresar a sus camarotes, el Brigadier nombró a tres cadetes para ir a regresar el animal a su jaula del parque. Tomarlo, no fue muy difícil. Entre los nombrado estaba Paredes. Uno se hizo cargo de las patas del animal, dos de los brazos y de esta manera se le llevó a su “dormitorio”. Era necesario recorrer un buen trecho hasta la jaula por los patios que rodeaban las cuadras y se debía salir al Patio de Alarma.

 

En su destino y suelto en la jaula, el oso o mono, corrió, se arrebujó contra el tronco de árbol y allí quedó. La puerta de la jaula estaba cerrada y por más que buscaron no pudo descubrirse el hueco o lugar por donde escapara. Resumiremos el relato diciendo que en repetidas otras oportunidades el mono se escapaba de la jaula e iba a meterse a los dormitorios de cadetes y a la cama de Moreno. “Lo hace así porque padece de frío” dijo alguien. En realidad, podía ser esa la causa, ya que procedía de una zona tropical y había llegado a Chile en pleno mes de julio, era un crudo invierno.

 

Todas las noches Moreno recorría la cuadra pidiendo a los Cadetes que dormían en la parte alta de los camarotes, que cerraran los tragaluces. Muchos lo hacían rabiar negándose a ello. En varias oportunidades el mono llegó a la cuadra y solía meterse, a veces, en otras camas. Se armaba la zalagarda para pillarlo y regresarlo a su jaula, ya que cada vez estaba más huraño y más esquivo. Chillaba, mordía y lo que es peor, dejaba a los captores llenos de pulgas; así como también, las camas donde lograba meterse.

 

En medio de estas funciones, y a pesar de todo, se aceptó al animal como un elemento (molesto si) pero incorporado al folklore del Curso. Para ello se nombró una comisión diaria para ir a dejarlo a la jaula, este grupo de “cadetes buenos” estaba compuesta por cuatro “voluntarios”, comisión que en oportunidades tenía que actuar tres o más veces, cada noche. Otro grupo era el encargado de alimentarlo, debiendo proveer al mono de zanahorias, plátanos, peras, manzanas, o lo que hubiera.

 

Pudo finalmente saberse la forma como se escapaba, pero nunca se pudo solucionar definitivamente el problema. Las paredes de rejas verticales de la jaula llegaban hasta cierta altura. Sobre ellas, pero sin tocarlas, caía el techo de zinc, dejando un espacio por el cual el mono, estirándose, cabía. Se taponeó el lugar con cuanto se encontró, pero así y todo el animal los sacaba o los eludía y otra vez, se arrancaba rumbo a los dormitorios de cadetes.

 

Una noche, en una de las tantas escapadas, y cuando los “comisionados” iban a dejarlo, agarrando cada uno una extremidad del mono, se “tropezaron” con dos oficiales de alta graduación, enfundados en tenidas de gala y capas. Habían salido del Casino, en donde había una recepción, a gozar de la plenitud de una noche despejada, aunque algo fresca. Caminaban por una vereda próxima a las cuadras de los cadetes. Los “comisionados” que iban en pijamas, en medio de un chivateo de risas y quejas por los mordiscos del mono, prácticamente chocaron con los dos elegantes oficiales. Verlos y soltar al mono, para emprender una carrera de los mil diablos fue todo una. El mono, libre de sus captores, corrió arremolinándose entre las piernas de los oficiales. Por suerte no se trepó en ninguno (esto a lo menos lo juraban entre ellos y los cadetes que escapaban).

 

Para abreviar el relato, diremos que, al día siguiente, después de la orden del Día, el Oficial Jefe del Curso sentenció: “Se da un plazo máximo de tres días para deshacerse del animal, caso contrario se le fusilará”.

 

El cadete Valdés contó después que deambuló por muchas casas y lugares para que cobijaran al animal traído de Brasil, sin conseguir que se lo aceptaran. Al fin se le ocurrió Ilevarlo al Zoológico, lugar en que por problemas de espacio casi lo rechazaron. Pero al fin fue aceptado. Allí, ante la mirada de quienes visitaban tal lugar de esparcimiento, terminaron los días del OSO que para todos fue un MONO. Quienes fueron al Zoológico y lo vieron, no se imaginaban que alguna vez, tal animal, había sido por cerca de un mes un particular huésped de la Escuela de Aviación.

 

(1)          Ver ALMA MATER Curso 1943 y NOTICIAS 02.09.2012

(2)          José VALDÉS Herrera

(3)          Jorge Eduardo MONTERO Concha, Oscar MONTERO Mancilla, Mario Atilio Giagnoni MORENO. No queda claro a cuál de estos cadetes corresponde el Moreno (o Montero) del relato.

 

Fuente: Revista de la Fuerza Aérea Vol. LVIII – N° 220 – 1999

 

El avión con paperas

 

La historia que hoy relatamos, no tiene mucho de humor, a excepción del apelativo que se le dio al avión protagonista. Ella resume, eso si, en todo su contenido, la calidad, el profesionalismo y la capacidad del personal de la institución, integrado, como lo es en este caso, por mecánicos, ingenieros y pilotos. Todos ellos materializaron un vuelo que, a ojos vista, se programó y se realizó, con más tesón que respeto a ciertas normas tradicionales de seguridad, aunque ésta en ningún caso fue obviada en su esencia fundamental.

 

Nuestro histórico relato se inicia el año 1965 en el mes de septiembre. El Grupo N° 10 de la Fuerza Aérea realizaba, por ese entonces, los Correos del Atlántico y del Pacífico, utilizando material C-47. Este avión que todos los que tiempo atrás fuimos jóvenes, hoy sin excepción acogidos a retiro, y que seguramente, muchos volamos, lo tenemos muy presente. Él fue quien nos llevó por vez primera a recorrer de un extremo a otro la larga extensión de nuestro país, o más allá de sus fronteras en repetidas oportunidades. Uno de los materiales que más servicios prestó no sólo en nuestra institución, sino en todas las Fuerzas Aéreas del mundo y sirvió de base para creación de las líneas aéreas comerciales de transporte a nivel tanto internacional como doméstico, sin que ningún otro avión lo haya superado, no en su época ni muchos años después, cuando recién pudo ser costosamente reemplazado por otros modelos de técnicas más avanzadas y requerimientos más sofisticados. Aún vuela en lugares remotos y si está bien mantenido sigue aportando con la seguridad, la entrega de eficiencia que lo caracterizó.

 

He aquí mi relato.

 

Al regreso de su Correo del Atlántico, el C-47 de la FACH., N° 965 (o 968 -no estamos en mérito de la verdad histórica -muy seguros de su matrícula), por razones de tiempo atmosférico y otras, debía hacer escala técnica en Plumerillo, Mendoza. Las condiciones de viento cruzado eran tan violentas que fue imposible posarlo en la Base. En los momentos que efectuaba una rehusada, el motor derecho perdió presión de aceite y fue necesario embanderarlo. Desgraciadamente la hélice no embanderó totalmente, quedando en molino, lo cual ocasionaba un considerable arrastre.

Dadas las condiciones de viento y fuerte turbulencia, la tripulación vio la imposibilidad de maniobrar hasta la Base, por lo que decidió irse a la alternativa más cercana que era San Rafael.

 

En esta etapa y cuando volaban en esa dirección, las condiciones de estabilidad y maniobrabilidad se hicieron tan precarias, debido a la persistente turbulencia, que la tripulación decidió efectuar un aterrizaje de emergencia, fuera de cancha, en un lugar que ofreciera relativas garantías de seguridad. Tomadas todas las medidas para tal emergencia: posición de pasajeros, aseguramiento de carga y sus amarras, corte de motor operativo, Shut-off, descarga de extinguidores, etc., se procedió al aterrizaje. El terreno elegido (desde el aire todos son planos) tenía algunas protuberancias. El avión corrió por el suelo y casi al final, un obstáculo, montículo o roca, rompió el ala izquierda, cambió violentamente la dirección de la carrera de aterrizaje y casi introdujo el motor izquierdo en el fuselaje, en la estación que generalmente ocupa el Radio operador, quien afortunadamente no estaba allí. Afortunadamente nadie resultó herido y bajo el punto de vista aéreo, esto de por sí constituyó un éxito.

 

Los pasajeros fueron posteriormente trasladados a Santiago en otro avión y este C-47, quedó allí en plena pampa, entregado a su destino incierto y la intemperie.

 

No había transcurrido mucho tiempo, tal vez menos de un mes, cuando el Cdte. del Grupo N° 10, Dn. Hiram Leigh Guzmán (QEPD), aguijoneado por su espíritu, determinó que un avión chileno, no podía quedar “botado” ni abandonado en territorio extranjero, mientras existiese una remota posibilidad de recuperarlo. Fue así que, previas autorizaciones del caso, dispuso que Ingenieros de la Institución, mecánicos y personal especializado, se trasladara a Mendoza y procediera a su reparación, para traerlo en vuelo ferry de regreso.

Esta labor que resultó gigantesca, dadas las condiciones precarias en que fue necesario trabajar, prácticamente “artesanales”, fue rubricada con un éxito digno de mencionarse en honor de sus participantes.

 

El traslado en sí, desde el despoblado a casi 40 kilómetros de Plumerillo, del fuselaje, alas, motores, hélices, restos utilizables o no, de lo que fue el C-47 accidentado, constituyó a no dudar una verdadera hazaña por parte del personal encargado, tarea que se realizaba en un país que no era el propio y donde no se podía, lógicamente, contar con todos los recursos propios de casa.

 

Ya en la Base entre otras actividades, fue necesario reparar, adecuar, reajustar y enderezar cuadernas, en un banco tipo carpintero; tomar mediciones, sino al ojo, haciendo acopio de pálpitos absolutamente teóricos, para enderezar, hacer de una estructura torcida una aproximación lo más cercana posible a los requerimientos aerodinámicos de un fuselaje que debía soportar las turbulencias de un cruce de cordillera, no siempre muy halagüeño ni tranquilo, entre el Aconcagua y el Cristo.

 

Y aquí comienza la parte más interesante de nuestro relato, esto es, la traída de ese avión a Chile.

 

Empezaremos diciendo que todo el personal que laboró en el reacondicionamiento del avión manifestó su deseo de tripular el avión en su vuelo de regreso, lo que habla muy en alto de su temple personal. No se pudo autorizar; en primer lugar, porque el avión interiormente quedó desprovisto de todos sus asientos y mamparos interiores y, en segundo lugar, porque un vuelo FERRY sólo lleva a la tripulación estrictamente indispensable para el vuelo mismo, en este caso, dos pilotos.

 

Para este efecto, fueron comisionados dos oficiales pilotos del Grupo N° 10, cuyos nombres manifestaron mantenerlos en reserva, pese a que este relator era de opinión contraria, pero que en todo caso es digno de destacarse aquí como otro gesto en la hidalguía no está ausente.

 

Como correspondía, la primera actividad de los Oficiales chilenos al llegar a la Base de Plumerillo, fue la de presentar sus saludos al Comandante argentino. Durante una amena charla con este Jefe, les manifestó que de acuerdo a su apreciación personal y la de muchos de sus oficiales subalternos, “el avión no podría volar” porque estaba “chueco” y menos aún cruzar los Andes.

Es más -les comentó -existían apuestas entre la oficialidad de la Base en el sentido que el avión no podría volar y esta opinión era mayoritaria entre ellos, dadas las condiciones en que quedó el aparato después del accidente.

La respuesta de ellos fue que analizarían los hechos con el Oficial ingeniero y de acuerdo a ello tomarían las medidas pertinentes.

 

Cuando los pilotos vieron el avión por primera vez, la impresión que se llevaron no fue muy alentadora. Quedaron impresionados al notar que el costado del fuselaje que había sido perforado por el motor, aparentaba tener una notoria joroba, se notaba como si “hubiese tenido paperas”. (Sic). Es claro -me aclara uno de los pilotos- estábamos influidos por los comentarios que corrían en todas las bocas y aumentaba esta impresión la pintura anti-corrosiva (roja) aplicada en la parte reparada. Consultado el ingeniero, éste les aseguró que el avión estaba perfectamente operativo, de acuerdo a todos los requerimientos técnicos aerodinámicos. En el interior, como lo expresáramos, sólo se habían dejado los asientos del piloto y copiloto y el rack de radio con un VHF y un ADF.

 

Se efectuó un vuelo de prueba durante el cual el avión fue sometido a las exigencias pertinentes, respondiendo a ellas con absoluta normalidad, excepción hecha del Radio – Compas, el cual no operaba en “automático”, sólo recibía. Se le adicionó una antena sensitiva, pero igual quedó funcionado en automático “con una indicación en 180° opuesta y no muy confiable”.

Cuando quedaron satisfechos con la condición operativa del avión para un vuelo que iba a ser absolutamente VFR, lo cual relegaba a un plano secundario el defecto del Radio-Compás, debieron esperar aún unos días por razones de tiempo atmosférico para el cruce.

 

Superadas éstas, se efectuó el vuelo. El cruce fue sin novedad, sin turbulencia, por El Cristo con la cordillera despejada. Pero como siempre ocurre en nuestro caprichoso microclima, posteriormente a una BAJA, cuando aparece la ALTA, los valles centrales asoman cubiertas de una densa, pareja y continua capa de stratos cúmulos, los cuales permiten relativamente apreciar sobre sus topes, las cimas de algunas protuberancias del relieve, como Chacabuco, Lo Prado, Cantillana y con un techo a veces muy reducido sobre los valles. No tenían un radio-compás confiable como para intentar un descenso ADF en Los Cerrillos, el combustible no constituía un problema, pero la “espera” podía ser muy larga. El verdadero problema radicaba en que el descenso IFR de Los Cerrillos, sistema ADF, estaba apoyado en dos balizas radio-ayudas: MR y R. Ahora quienes han efectuado ese descenso con ADF automático, saben que en la fase final entre MR y R es necesario seguir un curso determinado hasta esperar una demarcación predeterminada de 272 a la izquierda de la carátula del radio-compás, para entrar directo a la pista 03. Hacerla con el sistema ADF automático, no tiene problemas. ¡Hacerlo con el procedimiento NULL y con un equipo cuyas indicaciones son poco confiables … no se lo doy a nadie…!

 

El asunto adquiría tintes de hormiga.

 

El procedimiento “NULL” o “NULO”, fue siempre un requerimiento para los pilotos en su curso de Vuelo por instrumentos. Pero también siempre se tenía conciencia que eso era empleado a ultranza, como un último recurso.

Muchos factores eran necesarios para garantizar una aproximación “NULO” y entre ellos estaba la absoluta seguridad de una indicación no errática del canal de silencio y la rotación manual de la aguja en el dial. Interferían esta seguridad, ruidos, canales de silencio paralelos o “armónicos” y agudeza auditiva del piloto operador.

 

Decidieron aproximar con el sistema “NULO”, si era imprescindible. Así llegaron a Tabón (TBN) COLINA (INA) y Marruecos (MR). Sería la primera vez que se veían enfrentados a una situación verdaderamente extrema para ellos, experimentados pilotos e igualmente lo hubiera sido para la totalidad de los pilotos no sólo de Chile, sino de otras latitudes. Tratando de centrar el canal de silencio (NULO) siguieron los tramos Tabón-Colina-Marruecos y prosiguieron a MELIPILLA (PIL), sobre los topes de los compactados estratos. Decididos a realizar la discutible aproximación Los Cerrillos por sistema “NULL”, comunicados con la Torre, sobre Melipilla iniciaron el viraje de regreso a Marruecos para establecerse en la aerovía correspondiente.

 

El avión respondía perfectamente, como todo noble C-47, cuando mirando hacia afuera, descubrieron que la capa de nubes estaba en la zona con algunos quiebres. Verlos y precipitarse de inmediato por ellos, fue una sola acción y así, diremos para terminar el relato, que el avión con “paperas” aterrizó sin novedad en Los Cerrillos, hogar entonces de su base, el Grupo de Transporte N° 10.

 

Tal vez aquí no hay una anécdota como las que acostumbramos a relatar a nuestros lectores. Pero hay un hecho, o varios hechos dignos de destacarse, como lo son:

1.- La reparación y recuperación de un avión chileno, desde tierras extranjeras después de haberse accidentado con daños estructurales significativos.

2.- El trabajo encomiástico del personal técnico encargado de esa labor, sin contar con los medios normales para la tarea, dejando el avión en condiciones operativas, contra la opinión de todos quienes fueron testigos.

3.- La actitud decidida y la determinación del entonces Cdte. del Grupo N° 10, quien dio ejemplo del espíritu de cuerpo y el temple que debe asistir a todo funcionario de la Institución.

 

Luego, no se puede concluir estas líneas sin dejar testimonio que ambos pilotos que en la oportunidad trajeran el avión de regreso y que manifestaran su deseo de permanecer en el incógnito, alcanzaron posteriormente en la Institución el grado de Generales de Brigada. Posteriormente, a sus retiros, sabiamente la Fuerza Aérea no ha querido prescindir de los servicios de tan distinguidos profesionales del aire y mientras uno se desempeña en la actualidad como profesor en la Academia de Guerra, el otro es Instructor de vuelo por Instrumentos en la Dirección de Aeronáutica de Chile.

 

Fuente: Revista de la Fuerza Aérea Vol.LVIII-N°218-1999

Categories: Crónicas

0 Comments

Agregar un comentario

Avatar placeholder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *