Hemos recibido el siguiente correo del Sr. Joaquín Barañao: “Estoy escribiendo un libro de Historia de Chile y me topé con una buena anécdota del cóndor “Cachupín”, de la Escuela de Aviación. Me gustaría incorporarla, pero no tengo claro en qué años aproximadamente vivió esta ave. Lo pillé en un libro de 1941 que escribe “Había en la Escuela…”, así que tiene que ser al menos anterior a eso.”

Hemos consultado a nuestro asociado Comandante de Aeronave Jorge Pérez Sazie que no solo fue Comandante de LAN sino también cadete en la Escuela de Aviación en el año 1942. Efectivamente recuerda lo de “Cachupín” pero ese año ya no estaba en la jaula que todavía existía cerca del pórtico de ingreso a la Escuela. También nos relató que en esa época existía frente a la Escuela – cruzando la Gran Avenida – una viña hacia la que supuestamente  incursionaba el atrevido cóndor. Jorge incluso nos cuenta que se comentaba que el arrojado cóndor solía “despegar” para acompañar algún avión de la Escuela. De una de esas incursiones, no habría regresado.

También recurrimos al Coronel Fach ( R ) Danton Montalva F. que fue cadete los años 1943 -1945 para que nos contara si vieron al cóndor – mascota durante ese período. Su respuesta fue que si bien supieron de la existencia de la jaula nunca lo vieron.

*

Gracias al historiador Sergio Barriga K. (impulsor de la colección de libros “Horas de Losa del IIHAC) supimos que en el Tomo VII de esa colección el Sub Oficial Mayor de la Fach Horacio Rojas Figueroa,  se refiere a este tema con un simpático artículo:

“Cachupín

“Corría el año 1956, cuando un amigo del Director de la Escuela de Aviación le llevó de regalo un pequeño polluelo de cóndor para que fuera la mascota del instituto aéreo.

Cóndor que fuera encontrado en la pre cordillera frente a Santiago, aún no emplumaba bien y de sus padres nada se sabía, suponiéndose que habían sido muertos por cazadores o campesinos que los perseguían por el delito de robar ovejas o pequeños  terneros.

Su llegada causó revuelo entre los jóvenes cadetes, también aprendices de cóndor, quienes lo bautizaron como “Cachupín”, nombre con el que se hizo popular.

El Director de la Escuela le hizo construir en los talleres una confortable jaula, con mucho espacio donde Cachupín fue alojado, la que quedó instalada detrás del edificio antiguo del cuerpo de guardia. Encargándosele al personal de la misma el cuidado y alimentación de la flamante mascota.

Así empezó la vida en cautiverio de Cachupín y los cuidados prodigados por los diferentes turnos de guardia, permitieron que muy pronto le saliera un hermoso plumaje,

Todos  los días recibía su ración de carne y abundante agua fresca.  Aparecieron las primeras plumas blancas de su hermoso collar, había crecido y ya era un bonito ejemplar que caminaba a grandes zancadas y saltos  en la jaula.

Paso el tiempo y la jaula le quedó estrecha, por lo que cada vez que la limpiaban, tenían que hacer salir al pajarraco, el que lo hacía de muy buen agrado.

Cachupín  tenía numerosos amigos entre los cadetes y el personal que lo cuidaba, lo aceptaba con cariño  como uno más entre ellos, acostumbrándose a verlo fuera de la jaula, paseando por los hermosos prados del instituto. A veces se aprecia también en los hangares de mantenimiento, siendo su mayor encanto el acercarse a los aviones estacionados en la “línea de vuelo”, los  que miraba como queriendo conocerlos bien. Daba sus vueltas alrededor de ellos y se regresaba lentamente hacia los jardines.

Un día que Cachupín se paseaba por los jardines, empezó a correr, dando grandes saltos y brincos, abriendo sus enormes alas y cayendo pesadamente sobre el prado. Maniobras en  las que estaba cuando fue sorprendido por el Director de Escuela, el que ordenó al personal de guardia encerrar de inmediato a Cachupín en su jaula, enviando por el “Peluquero Cadetes”, para que éste, le cortara las puntas de las alas.

“¡Así no podrá volar!”, dijo el jefe sentencioso.

Encerraron de nuevo en su jaula a Cachupín y apareció  el peluquero con unas enormes tijeras y acompañado de guardias, entró en ella. Mientas los guardias lo sujetaban, procedió a cortarle las hermosas plumas de las alas y allí en un lado de  la jaula Cachupín se arrinconó, poniéndose muy triste.

– ¡Pobre Cachupín! Todos sus sueños de volar habían sido troncados por esas enormes tijeras.

Pasó el tiempo y la rutina nuevamente aflojó la vigilancia  de Cachupín. De a poco empezó a visitar el parque y todos se  acostumbraron una vez más a ver sus paseos por el jardín, su  mansedumbre hizo que lo aceptaran allí. Además tenía sus alas  cortadas, no existiendo riesgo de que volara. En las tardes, cansado y con hambre, Cachupín regresaba lentamente a su jaula, que ya nadie se preocupaba de cerrar. Así completó su crecimiento, su hermoso plumaje negro brillaba, su bello collar de blancas plumas resaltaba su cuello. Seguía con sus paseos, apareciendo de pronto por los talleres, por los almacenes o en los hangares. En todas partes tenía amigos.

Tomó la costumbre de acompañar a los cadetes del curso de vuelo, quienes muy temprano en la mañana iniciaban el primer turno de vuelo, en los viejos aviones ”Fairchild” de la escuadrilla primaria. Mientras los futuros pilotos y sus instructores, se instalaban en las cabinas del avión y ponían sus motores en marcha para su   calentamiento y realizar  el pre-vuelo, Cachupín se ponía detrás,  en la cola del avión,  donde podía recibir toda la fuerza del viento que lanzaban las hélices en su rotación. Entonces cuando el piloto  efectuaba las pruebas y colocaba el acelerador en full potencia, el motor rugía y la hélice lanzaba el viento máximo hacia atrás, Cachupín daba grandes saltos y con sus alas completamente abiertas lograba mantenerse flotando detrás de la cola del avión.

“¡Miren el pájaro va a volar!”, exclamaba un mecánico en la línea de vuelo.  “¡No puede volar!, tiene las alas cortadas”, decía otro.

Un hermoso día de primavera, el sol alegraba la mañana y en la línea los aviones del primer turno con sus respectivas tripulaciones, probaban los motores, antes de salir a vuelo. Cachupín como era su costumbre, ocupaba su lugar detrás de la cola de un avión, recibiendo todo el flujo de aire que la hélice lanzaba  durante las pruebas. Terminado aquel, el avión soltó frenos y lentamente se movió hacia la pista de carreteo. ¡Sorpresa! El pájaro salió detrás del avión a grandes zancadas con sus alas entreabiertas, por la pista de carreteo.

Los mecánicos de línea fueron los primeros en dar la voz de alerta ¡Cachupín se va! ¡Vengan a ver! ¡Cachupín va siguiendo un avión!

La noticia recorrió toda la Escuela de Aviación a una velocidad  extraordinaria y desde los hangares, oficinas, salas de clases, talleres, en fin, todas las personas en ese momento dejaron sus  labores y corrieron hacia la pista para poder ver y aclamar a Cachupín, que seguía detrás del avión.

El griterío era grande. ¡Se va Cachupín! ¡Miren! ¡Bien amigó!

Llegó el avión al cabezal norte de la pista y puso full potencia. Cachupín probó sus alas, ahora totalmente extendidas. Era un momento decisivo para él. El piloto soltó frenos y el avión saltó hacia adelante, aumentando rápidamente su velocidad mientras él corría detrás a grandes zancadas poniendo toda su alma en lo que hacía.

De repente las ruedas del  avión dejaron la tierra y empezó a volar, mientras todo lo que sus largas patas le daban iba detrás. De pronto se le vio en el aire, aun movía sus patas, siempre siguiendo el avión, aprovechando al máximo  el viento de la hélice. Lo  había conseguido, estaba volando.

 En tierra, el griterío y expectación eran inmensos, todos avivando al hermoso cóndor que de manera tan original  y como un cadete del último curso, efectuaba su primer vuelo “solo”.

El avión continuo ascendiendo, dando círculos sobre El Bosque, Cachupín lo seguía. El Fairchild se elevó bastante, de repente parece que una ”térmica” lo ayudó e inició un escarpado viraje hacia la izquierda, separándose del avión y volando en  círculos ascendentes sobre  la Base , prosiguió tomando altura como despidiéndose de sus amigos. No era más que un punto en el cielo, el que de improviso  enfiló hacia la cordillera, donde resaltaban sus nevados picachos como una invitación magnética que lo atraía. Cachupín desapareció para siempre de nuestra vista.

En la Escuela se produjo un silencio. Alguien dijo: “Adiós Cachupín!”. “Te recordaremos”, dijo otro. “Que seas muy feliz  en tu vida de cóndor”; “Adiós buen amigo, adiós”.

La historia de aquel cóndor en cautiverio llamado Cachupín tuvo un final feliz, pero… ¿habrá logrado adaptarse a la vida  silvestre? Espero que así haya sido y formado una familia con  muchos “cachupincitos”, volando libremente y sin temor, como un rey de las alturas andinas.”

*

El año 1956 señalado por el SOM Rojas podría ser un error de imprenta y a lo mejor se trató de 1936 o 1946. Pero estos dos últimos años  no calzan con el testimonio de Jorge Pérez y Danton Montalva. En tanto el año 1956, según testimonio de don Santiago Blachet (Instructor de Vuelo de la Escuela en el periodo 1956-1960) tampoco recuerda al mentado cóndor.

¿Mito o realidad? Al menos el SOM Rojas nos regaló un espléndido relato con mucho corazón y mucha poesía, basado sin duda en una experiencia personal y por tanto histórica,  que debemos agradecer.

Como ha sido difícil encontrar otros testigos que hayan conocido a “Cachupin” (u otras versiones de cóndores-mascota con distintos nombres en distintas épocas como ha sido sugerido por algunas fuentes: en los 50 en la Maestranza de El Bosque, 1963 –“Yayita”- en Iquique, 1966 en la Escuela de Especialidades y en los 80 nuevamente en la Escuela de Aviación) solo quedaría remitirse a alguna crónica de la época con detalles de la historia interna de la Escuela de Aviación e incluso de otras unidades de la FACH.

*

 Y precisamente  una de esas crónicas, también, se la debemos agradecer a nuestro estimado Sergio Barriga K., quien nos proporcionó un nuevo dato:

La “Historia de Aeronáutica de Chile” del Coronel   Fach  (R) Enrique Flores, se refiere en uno de sus capítulos a las actividades de la Escuela de Aviación a fines de 1927. Una de ellas fue un crucero de instrucción a Concepción de varios aviones con el objeto que los alumnos cumplieran el requisito para optar al título de piloto de guerra. El masivo raid de instrucción no solo atrajo mucho público por la novedad del importante número de aviones sino también por la presencia en la ciudad del Presidente Carlos Ibáñez. Dice el Coronel Flores:

“Entre los múltiples homenajes recibidos, destacó el obsequio de un retoño de cóndor por parte de la Municipalidad, y que por varios años, con el nombre de “Cachupín”, vivió en la Escuela de Aviación. Fue la mascota sureña, nacida en cautividad, que nunca conoció los seis mil metros  del Aconcagua”.  (El Sur, de Concepción de 4.XII.1927)

* Si alguien puede agregar alguna otra  información sobre el tema de los famosos “cóndores aviadores”, rogamos enviarla tanto a nuestra página como al Sr. Barañao –  jbaranao@gmail.com


3 Comments

Julio Matthei Sch. · Abril 25, 2020 at 4:09 pm

Gracias siempre a la gentileza de don Sergio Barriga K. reproducimos estos pìntorescos párrafos de la Historia de la FACh del General Rodolfo Martínez Ugarte:
“Existía una mascota en la Escuela de Aviación. Este era un cóndor apodado “Cachupin” que se decía había llegado al plantel en el año 1913. Se tejía una leyenda alrededor de este pájaro en que muchos afirmaban que había llegado acompañando a un aviador que lo había encontrado en la cordillera de los Andes, otros decían que había llegado a El Bosque seguramente por una infidelidad amorosa.
Un día “Cachupin” voló hacia San Bernardo y en el fundo del señor Fulvio Albertoni fue muerto a balazos por un cuidador de la Viña San Bernardo, llamado Enrique Zúñiga. Hemos de imaginar la gran pena que causó entre los aviadores que habían elegido el cóndor como el símbolo de sus insignias y de su arma, la pérdida de tan preciada mascota.
Sin embargo otro cóndor vino a reemplazar a “Cachupin”. Lo había traído un muchacho como un regalo de su padre y la revista Zig-Zag, publicó una simpática crónica sobre esta nueva mascota de la Escuela de Aviación.
Pero lo curioso de esta historia, es que el Capitán Diego Aracena, Director del plantel (¿entre los años 1916 y 1920?), un día recibió la siguiente carta:
“El 26 de marzo del próximo pasado mandé a la Escuela de Aviación con un amigo de Santiago, un Cóndor que traje de la cordillera- Baños del Azufre- junto con el cóndor un tarjeta mía que decía más o menos lo que voy a explicar:
Elizardo Valenzuela L. tiene el agrado de obsequiar ese Cóndor a la escuela de Aviación, tiene 4 meses de edad, es muy entendido y obedece al nombre de “Panchito”, lo traje desde la cordillera.
Pero que pasa, aquel amigo mandó con un hijo de él a la Escuela de Aviación, el cóndor, y este muchacho se los dio como que su papá regalaba el cóndor y una historia que leí en la revista Zig-Zag el 12 del presente que me causó bastante molestia. Si no fuera porque estoy retirado de Santiago, ahí haría ir a mi amigo a rendir verdaderas cuentas y hacerlo pasar un rato desagradable para que no sea fantoche.
Lejos está mi ánimo, señores, de aparecer con letra de molde en las revistas, pero entendámonos, supónganse ustedes que así como mandé ese cóndor les hubiese mandado algo importante y mi amigo habría aparecido con grandes caracteres de donante.
Otra explicación: Cuando traje el cóndor de la cordillera- porque aquí en Chépica no se cazan Cóndores como lo dice mi amigo- tuve muchos curiosos compradores, nunca lo quise vender, les contestaba que lo tenía para mandarlo a la Escuela de Aviación, que a esa institución le venía, porque yo había leído que tenían otro y se les había muerto en San Bernardo.
Pero ninguna de las personas se mostró más interesada que mi amigo para llevarlo y hacer suya la idea mía de regalar un cóndor a la Escuela.
Por casualidad me queda una vista que sacamos en la cordillera cuando el cóndor tenía dos meses que para aclarar más la figura, la tengo en mi poder. Para no ser latoso, termino deseando que esta carta llegue a algún buen poder y que me aclaren este asunto y me contesten a Chépica el resultado de esta averiguación.
NOTA: Pueden ustedes hacer uso de mi carta como les parezca y tiene la palabra mi amigo o más bien el farsante de mi amigo. Cuando le vea por aquí le preguntaré que hizo con mi tarjeta y que le dio por aparecer de farsante ante el público en general…”
Aracena sorprendido dejó las cosas en su lugar.”

Julio Matthei Sch. · Abril 27, 2020 at 5:00 pm

La elegia a “Cachupin” de don Diego Bbarros Ortiz, sitúa su violento deceso en el mes de Febrero de 1930:

“Muchacho, enfermo del mal de muchos hombres, sentiste como otras veces la nostalgia de los vagabundos y vagaste por las heredades y los viñedos, cautelosamente como en día de cimarra. Te dejamos partir porque sabíamos que para tus añoranzas, la indiferencia es el mejor remedio. Te fuiste como siempre confiado, sin sospechar que bajo las parras alineadas, acechaba tus andanzas la doble boca de una escopeta; la eterna enemiga de los que saben batir las alas.
Ante los ojos gozosos de un hombre, que había soñado con majestuosas cacerías y que había leído mucho a Tartarín, caíste, muchacho de las alas de plumas, convertido, por la fantasía del cazador, en majestuoso Roc, capaz de comerse niños, asolar ganados y devastar caseríos.
Pobre muchacho que arrastrado por la bohemia y la vagancia gitana de tu raza, fuiste grandioso en tu plebeya muerte. Se acabaron para ti las arrancadas en son de conquista a los picachos cordilleranos y te quedarán esperando allá en sus nidos de piedra, tus compañeros, que al reverso tuyo, miraron desde muy alto la ciudad de los hombres.
Como ellos, nosotros tus camaradas de vuelo, hemos montado guardia ante el recuerdo.

El Bosque, 27 de Febrero 1930 – Diego Barros O. – Teniente Aviador”.

Jorge Concha Orbeta · Mayo 5, 2020 at 7:21 pm

En el año 1965, también apareció en la Escuela de Aviación un Cóndor maduro que llegó volando para quedarse, era bastante manso y lo alimentábamos con comida que guardábamos del almuerzo, normalmente se instalaba detrás de la Sala de Vuelo donde estaba la Pila de Bautismo.
Como nombre le pusimos “Pájaro Picunicu” y que ese sobrenombre se lo pusimos también (con el debido respeto) al Teniente Horacio Besoain. Así estuvo bastante tiempo acompañandonos en nuestros quehaceres de la caseta cía.

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