(Por Rodolfo Larson Chávez)
En Diciembre de 1950, con Diógenes Arredondo, entonces ex cadete naval, caminábamos por la pista de taxeo de El Belloto mientras él hacia círculos con un rollo de billetes ($17.000) amarrados con un elástico, proclamando a quien quisiera oírlo: “compro moto”, “compro moto”. Tras hacerlo durante toda la mañana y luego la mitad de la tarde, lo consiguió. ¡Le vendieron una moto por su plata en ese mismo día! Este suceso me hizo comprender el parentesco entre el anhelo, la fe, la voluntad y el éxito. Recordé que ya había transcurrido un año desde mi primer intento por ingresar a Lan y que ya era tiempo de volver a intentarlo. Era entonces más viejo (con 19 año ya no me descalificarían por falta de edad como sucediera en mi primera intentona) y con más horas de vuelo (217:15), cantidad que excedía ampliamente el requisito de las 50 horas.
Por lo tanto pensé que era el momento de volver al ataque. En Los Cerrillos me derivaron amablemente hacia el Jefe de Operaciones, que a su vez hizo el pase al Gerente de Operaciones. Como el Gerente de Operaciones no estaba, me despacharon a la alternativa, el Jefe de Instrucción, don Cirilo Halley Harris Mc Donald. Después de exponer mis antecedentes y sin el mas mínimo asomo de sensibilidad me indicó, muy cortésmente, que no volviera hasta completar un mínimo de 500 horas de vuelo. A pesar de mi profunda decepción y semiaturdido por el constante traqueteo del tren de regreso a Limache estaba, no obstante, mas decidido que nunca a no dejarme doblegar y empeñarme con un ritmo cada vez mas acelerado a alcanzar la meta que me habían fijado.
Pero un nuevo tropiezo interfiere con mis propósitos. Tres meses de reposo, por enfermedad, en el campo y sin poder volar. Tan pronto pude, construí una pista entre dos robles y cuesta abajo. Recuperado volé, desde mi Club Aéreo, para estrenar mi “pìsta“, la misma que mi padre había encontrado muy apta, pero para siembra de papas. Aterricé en Rucamanque. Ahí fui reconfortado por gente menuda y crucé a pié hasta “La Regalona“. Después de revisar la franja sembrada de papas agradecí la decisión de mi padre: Buena para papas, mala para aviones.
En mi Club Aéreo la actividad iba en aumento. Tenía una numerosa clientela de pasajeros para los fines de semana. También algunos cuentacorrentistas del Banco en el que yo trabajaba, se encargaban de solicitar al Gerente el permiso para que yo los trasladara en avión a lugares como La Serena o Puerto Montt. Además no dejaba pasar oportunidad para efectuar mis propios vuelos a Chillán y Rucamanque, donde ya era huésped habitual. Así fue como logré completar las 500 horas de vuelo en Septiembre de 1952. Lamentablemente sólo pude disfrutar un mes esa gran satisfacción y alegría por la meta cumplida, pues mi madre fallecería en el mes de Octubre de ese año.
Esa pérdida me enfrentó por primera vez con esa dolorosa sensación de desolación y una gran soledad. Felizmente quedé arrimado a una familia muy noble donde encontraría el afecto que entonces mas necesitaba. De todos modos la repentina ausencia de mi madre había trastocado mi mundo, tenia que reorganizar con urgencia los extraviados componentes de mi vida: corazón, cabeza, carrera, familia, trabajo, metas, ilusiones, conceptos, formación inicial versus práctica en el mundo. Pero así como el golpe de adrenalina nos auxilia en el peligro, sentí el impulso que empuja la voluntad y desarrolla la fe: Una trigueñita de 15 años fue mi puntal y su familia, tambien sería la mía.
Y a comenzar de nuevo. En Viña del Mar, en Viana N° 151, tenia mi dormitorio, desde el que algunas veces fui arrancado a medianoche para agregarme a algún grupo en fiesta. Estaba, además, incluido en todos los eventos de una familia de cadetes navales y sus amistades, con padres e hijas. Hijas señoritas que según la costumbre de la época, se adaptaban a las indicaciones de sus padres; asados en el bosque junto al río Aconcagua; mesa para treinta en la pérgola del Club de Viña; pista de baile esparcida de bórax en la que, en alguna ocasión, se asomaba por debajo de la bastilla del pantalón esa acusadora cuarta del pijama como mudo testimonio de la apresurada arrancada de medianoche… Atrás quedaron los días de Pascua, el Año Nuevo, Salinas y Reñaca. Paralelamente no dejaba pasar oportunidad para seguir acumulando horas de vuelo, hasta que en Mayo del 53 sentí que ya mis propias plumas serían capaces de sustentarme. Renuncié al Banco y me fui a Santiago
En Santiago mi casa estaría en Lyon N° 2673 K. Era la casa de un matrimonio mas bien joven, donde gracias a conocidos, caí como pensionista. A pesar de mi exiguo aporte (no contaba con sueldo a esa fecha) era muy bien tratado, intuyendo los dueños de casa, tal vez, el gran esfuerzo que hacia para financiar mi pensión. La primera semana la dediqué a visitar a mi parentela, reunir los documentos requeridos para la administración pública y sobretodo la infaltable y casi imprescindible carta de presentación de alguna autoridad. Esa la envió directamente mi tío Oscar Larson a don Arturo Merino B.
Esa carta, perdida entre variados documentos de mi archivo personal y que LAN me regaló con motivo de mi retiro en 1979, decía así:
Señor don
Arturo Merino Benítez
Presente.-
Mi estimado señor:
Tuve el agrado de conversar con usted hace algunos días para recomendarle a un sobrino mío que aspira a ingresar a LAN como piloto; pero, por no haber vacante en esa sección, se contentaría con u puesto administrativo que le puede servir para realizar sus aspiraciones. Usted bondadosamente me manifestó que mi sobrino se presentara a hablar con usted. Lo hace ahora solamente porque él actualmente trabaja en Valparaíso y no le era fácil venir. Dios quiera que este involuntario atraso no le sea perjudicial.
Me permito repetir a usted la única recomendación que le hice a mi sobrino: tiene una arraigada vocación de aviador, que ha mantenido en medio de muchas dificultades.
Y agradezco a usted nuevamente la bondad con que usted ha atendido mi petición, un mérito acaso de la antigua amistad que me unió a sus hermanos Ramón y Daniel. En realidad tampoco tenía yo otro título para presentarme ante usted.
Me es muy grato suscribirme su afectísimo amigo, servidor y capellán
Oscar Larson
Armado así y sin solicitud previa para una entrevista, me presenté por tercera vez en Los Cerrillos al Gerente de Operaciones don Marcial Arredondo, quien a pesar de estar muy atareado y en presencia de don Alfonso Cuadrado M., tuvo la gentileza de recibirme. Cuando don Marcial dejó el teléfono luego de hablar con el Vice Presidente Ejecutivo, don Arturo Merino B. y despedir a don Alfonso, me enfoca con sus anteojos y tras recorrer con su mirada desde mi cabeza hasta el borde de su escritorio me dice:
– Joven, usted desgraciadamente llega tarde. Justo ayer se cerró el concurso para copilotos, pero puedo darle una buena noticia: Pronto habrá otro curso con un mínimo de 50 horas de vuelo.
– Don Marcial, sólo puedo decirle que yo tengo ahora 527 horas de vuelo y no puedo darle una buena, sino una mala noticia: No tengo trabajo. Renuncié al Banco para venirme a LAN. ¿Habrá algo que yo pueda hacer aquí para estar cerca de los aviones?
– Déjeme ver mi estimado joven… Está por iniciarse un curso de Despachadores Comerciales pero sin goce de sueldo durante su período como alumnos…¡Hable con el Jefe del Departamento de instrucción y le deseo buena suerte!
Por fin, al parecer, las constelaciones celestes se habían ubicado de modo de favorecerme. Tal vez algo tuvo que ver el optimismo que reinaba por las gestiones iniciales para adquirir los primeros tres DC-6B o la realización del vuelo inaugural a Montevideo al mando del Comandante Cuadrado quien probablemente habría recibido las últimas instrucciones ese día en la oficina de don Marcial. Al menos presentía que la puerta de LAN se estaba entreabriendo.
En ausencia de don Cirilo Halley, me presenté a su entonces ayudante, don AdolfoSuhrcke, quien me instruyó que por instrucciones del Gerente de Operaciones debía presentarme en ese Centro de Instrucción el próximo lunes a las 08:30 para incorporarme al curso de Despachadores.
Con los alumnos Traslaviña, Letelier y tantos otros nuevos amigos, pasamos dos semanas practicando sumas de once dígitos en columnas de veinticuatro cifras. Dos semanas más, familiarizándonos con las claves de mensajes, claves meteorológicas, estiba de varios aviones, sistemas de reservaciones, itinerarios, tiempos de vuelo etc. Las clases del 15 de Junio no fueron lo habitual. Había una espera y un silencio extraño en los pasillos del Centro de Instrucción. Percibíamos una rara sensación de pesadez en el ambiente. A eso de las cuatro de la tarde supimos que un avión Lodestar de LAN había sufrido un fatal accidente en Copiapó, falleciendo sus tres tripulantes y los cuatro pasajeros. La noticia nos remeció profundamente. Si bien escuchábamos por primera vez los nombres del Capitán Raúl Palacios, del copiloto Temístocles Rojas y de la auxiliar de vuelo Lucia Almazabal, intuíamos que nos estábamos incorporando definitivamente a una legión de hombres y mujeres de Línea Aérea Nacional cuya suerte estábamos decididos a compartir para toda la vida.
Antes del término de curso, nos enviaron al sastre para la confección de un uniforme “caqui”, a la medida. También era el momento de elegir una ciudad (o mas bien “posta” en la jerga de la época) que sería nuestro lugar de trabajo. Surgía con ello un nuevo dilema: La perspectiva de partir a vivir en algún pueblo desconocido, iniciar el ejercicio de un oficio nunca practicado, tomar la responsabilidad del despacho de una aeronave, las reservaciones, la estiba, las comunicaciones y todo aquello que se nos había enseñado. Pero ese dilema se desvaneció tan pronto alguien se acercó para ofrecerme continuar en otro curso para Sobrecargos y Auxiliares de Vuelo, pero esta vez con sueldo durante el período de instrucción. No fue difícil mi decisión. Con el cambio se solucionaba en parte mi problema económico pero por sobre todo me estaba acercando a lo que más ansiaba: ¡Volaría! Si bien ocupando, por el momento, un asiento de Sobrecargo, repartiendo bebidas y comidas, estaría a bordo de un avión !! Así fue como continué asistiendo a clases compartiendo mi formación como Sobrecargo, entre otros con, Gustavo Siredey, Cecilia Rodríguez, Jenny Patiño y Blanca Casali.
Con la tranquilidad que proporciona un sueldo, me dispuse a usar mis reservas, algo disminuidas por la concesión de varios “prestamos”, pero aún suficientes para integrarme en el Club Aéreo de Santiago. Encontré conocidos y un instructor, Rodolfo Ortega, de quien aprendí cosas nuevas, técnica de vuelo racional. Tambien encontré ahí; un buen casino donde llegar para el almuerzo con algún compañero o compañera de mi curso.
Llegó Septiembre y los días de Fiestas Patrias me permitieron gozar a corazón lleno la compañía de mi trigueña y sus hermanos. Asados entre los paltos compartiendo con veinticinco almas desde el dieciocho hasta el veintidós. Dos turnos para el té, la ansiada libertad y mucho optimismo y satisfacción por los logros alcanzados. Pero tambien hubo unos breves momentos de seria meditación, con balance financiero incluido.
Ahí fue donde salí muy mal… Traté de recuperar lo que había facilitado y terminé reconociendo que “la pasada había sido one way”. Fondos agotados y sueldo insuficiente para el aporte en el domicilio.
Al terminar el mes y después de recorrer Santiago de un extremo a otro, fui a parar con mi presupuesto a la calle Catedral a pocas cuadras de Matucana, ahí donde los adoquines ordenados por una línea de tranvía (los “carros” de la época) ardían bajo el sol del verano hasta quemar la pintura café de la enorme puerta de mi nueva residencia, una casa de adobes del 1900, con las paredes de la fachada recubiertas con cemento. La entrada hacía en lo alto un arco con claraboya de vidrios quebrados y daba acceso a un espacio oscuro con piso de baldosas con dibujos geométricos de varios colores. Para continuar hacia mi cuarto, debía recorrer un pasillo largo y angosto de unos veinte metros. Al fondo a mano izquierda me esperaba una puerta cuyos postigos tapaban la luz y reemplazaban a los vidrios ausentes. Cabía un catre de fierro y un velador entre dos muros ocres de cinco metros de alto. Del cielo raso, de ningún color, colgaba un cordón eléctrico trenzado y forrado en tela que tenía en su extremo una ampolleta, que como el cordón, estaba cubierta por pecas de mosca…
Desde el primer día, esos muros fueron mi nueva escuela. Aprendí lo cerca que está la miseria de la pobreza. Debí recurrir a muchas de las enseñanzas de mi madre para superar la humillación y el aplastamiento del espíritu que se produce en corral ajeno. Tuve que echar mano a esas reservas intimas y profundas, que bien aprendidas no se agotan, mas bien, son la tabla de salvación para volver a comenzar y construir. Temprano escapaba a tranco forzado, del cochitril hacia la Estación Central, tratando de expulsar por mis talones el sentimiento de rebelión en contra mía y mis errores.
Los alumnos del curso esperábamos “la micro“ de Lan en una fuente de soda donde todos los días se escuchaba “Candilejas” y olía a los derrames y sobras de tragos de la noche anterior mientras tomábamos el café con leche y pan con queso .
Llegó el día treinta y cada uno recibió un sobre con un contrato de trabajo firmado por don Arturo Merino B., Vicepresidente de Lan. Se estipulaba que el Sr. Rodolfo LarsonChávez había sido contratado como Sobrecargo de Vuelo con fecha 15 de Octubre de 1953 con un sueldo mensual de $ 7.550. Pero esa no fue la mayor novedad. Ese mismo día en la tarde se me ofrece optar por dos alternativas: volar de acuerdo al entrenamiento recibido como Sobrecargo de Vuelo o postular a un curso para copilotos a efectuarse el Lunes siguiente.
En la foto, Rodolfo Larson con uniforme y piocha de Despachador (Media ala y una D).
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