Con motivo del fallecimiento del sobrecargo de LAN, Emilio Otero E., hemos querido recordarlo reproduciendo una entrevista efectuada en EN VIAJE el 4 de Abril de 2004 con motivo de su retiro de la empresa (Texto: Sergio Paz)
“Emilio Otero es el sobrecargo más antiguo de Chile. Acaba de retirarse de Lan y tiene muchas historias que contar.
Emilio Otero vive en un departamento que se empina sus buenos metros sobre la portada de Vitacura. No podía ser de otro modo. Emilio Otero se ha pasado la mitad de su vida volando. Y ahora, que acaba de jubilar, se aburriría si tuviera que permanecer pegado a la losa. Desde un primer momento Emilio sorprende con su amabilidad. Y por su amor a los aviones. Tanto que, insólitamente, hasta le gusta la comida que sirven. Pero bueno, servirla fue buena parte de su trabajo. Y, por lo mismo, asegura que ya no es la misma. “La comida de avión – dice él- ahora no es mala, pero es poca. Como cada día viaja más gente, se achicaron las bandejas para que cupieran todas. Y, de pasada, también los platos”. |
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1992 – Emilio Otero es distinguido por sus 34 años en Lan Chile |
Emilio tiene 60 años y dejó Lan a comienzos de enero. ¿Cómo llegó? Según él, porque desde chico le gustaban los aviones. Claro que primero estudió odontología e, imposibilitado de seguir haciéndolo por tiempo de vacas flacas, le hincó el diente a la línea aérea. Poco y nada sabía entonces de lo que tendría que hacer. Antes de él, de hecho, apenas existían diez sobrecargos en Chile. Ahora que se retira hay muchísimos. Claro que él es el más carreteado, el más veterano, el más volado. Por algo fue siempre número 1, que es como se conoce en jerga aeronáutica al que va como jefe de primera clase. Y para eso sí que hay que tener clase.
– ¿Cuántas horas de vuelo en el cuerpo?
– Antes, cuando cumplías un millón de kilómetros volados, te daban un sueldo extra. Pero cuando llegó la era del jet, los millones se cumplían muy fácilmente, así que no le convenía a la compañía dar gratificaciones. En la época del avión a hélice se cumplía un millón de kilómetros en cuatro años; eso volando en los DC3, unos aviones chiquitos. Pero fíjate que aún tengo el regalo de unas auxiliares cuando llegué a los diez millones volados. Y eso fue en el año 70.
– Un hombre experimentado.
– Yo nunca he estudiado sicología, pero ahora a la gente la reconozco apenas se sube al avión.
– ¿Cuántos tipos de pasajeros hay?
– Buuu… Muchos tipos. Está el arrogante; el que se las sabe todas. O el don Juan que quiere conquistar auxiliares. También el tímido. Y el que tiene mucho miedo. Pero al final sabes cómo tratarlos a todos.
– ¿El más difícil?
– Hay dos. El que le tiene miedo al avión y sólo vuela porque necesita estar rápido en un lugar distante. Ese tipo es peligroso porque siente un miedo atroz a volar y lo único que quiere es bajarse rápidamente. Al punto que te puede abrir una puerta sin previo aviso.
– ¿Y el otro?
– El más difícil: el curado. Te voy a contar una anécdota. Iba trabajando en primera clase y un señor de la embajada de Bélgica se subió en Madrid. Se trataba de un tipo medio petulante que tenía el asiento 6B. Imposible olvidarlo. Como el avión no iba tan lleno – y al final los dos asientos iban a ser para él- , ya terminada la comida lo acomodé quitando el brazo central. Al hacerlo le pregunté para dónde quería poner la cabeza. Me dijo que para la ventana. Felizmente. Durante la travesía del Atlántico, se encendió el timbre de un pasajero. Miré el panel y era uno de primera. Abro la cortina y ¿qué veo?: un sujeto meando. Orinando. El fulano preguntó por el baño, le dijeron adelante y le meó los pies a otro señor. Hubo que lavarle los calcetines y el asiento. Y desinfectarlo todo, claro. Con las explicaciones sin explicaciones del caso.
– Pirula la primera clase.
– Lo que pasa es que ahora viaja Pedro, Juan y Diego. Pero cuando yo comencé a volar, 45 años atrás, a Estados Unidos iba sólo gente con plata. No había, como ahora, pasajes a crédito. Así que la gente tenía que pagar chinchín. Y punto.
– ¿Cómo es el pasajero de clase turista? ¿También ha cambiado?
– El turista es el pasajero que realmente paga el avión. El que mantiene a la compañía. Y por supuesto que ha cambiado. Al principio eran personas con dinero. No el roto con plata, como le llaman ahora. Antes eran 80 pasajeros y había sólo una clase. La única gran competencia con Lan era PanAgra o el Interamericano, que en Chile empezó a poner alfombras rojas para atraer público. El punto es que ahora cualquiera viaja. Compras un pasaje por internet y ni siquiera pagas comisión, lo que hace que los vuelos sean más baratos. En todo caso, en turista hay de todo. Y gente muy educada también. Así es que lo repito: el pasajero más difícil es el que se emborracha. Pero el pasajero que viaja en grupo también puede ser terriblemente molesto. Se sienten más valientes y capaces de hacer cualquier cosa.
– ¿El que pagó boleto escolar, digamos?
– Antes, por ejemplo, estaban los viajes de muchachos por un año o tres meses a Estados Unidos. Entonces lo principal era la guerra de almohadas. Y costaba calmarlos. La técnica era dejarlos un rato evitando que se desbandaran. Para calmarlos les decía que a los que se portaran bien los llevaría al cockpit. Y se tranquilizaban, fíjate. Lo que no tenía remedio era que volvían americanizados. No sé cómo, en apenas unos meses, se les había olvidado el español. Te pedían una Go-ga-Go-la, plis. Y yo les respondía: ya pues, habla en español, cabro de miéchica.
– Me atrevo a pensar que hay prejuicios contra ustedes. ¿Ha cambiado la forma de ver al sobrecargo?
– Es muy necesario que arriba de los aviones haya hombres.
– ¿Por qué?
– Porque hay más respeto. La gente siempre pasa a llevar a las auxiliares. Y a las mujeres les cuesta mucho dominar a un energúmeno. Las chicas lo primero que hacen es llorar. Nada más.
– ¿Qué diablos es un sobrecargo? Sé que no les gusta la palabra, pero ¿es un azafato?
– Un sobrecargo es aquel que se lleva toda la responsabilidad en un vuelo. Antiguamente, en un 707 por ejemplo, tomabas un número del 1 al 9. El 1, 2 y 3 eran jefes de cabina. El 1 de primera, el 2 de turista y el 3 de business. Lo extraño es que antes sólo los hombres podían ser jefes de cabina. Costó que eso cambiara, que se creara una carrera profesional y que las mujeres ganaran de acuerdo a su capacidad. A veces tú volabas con una mujer con mucha más experiencia, pero igual te tocaba ser el número 1.
– ¿Por qué la diferencia?
– Porque a un hombre los pasajeros lo ven con cierto respeto.
– Pelemos a las auxiliares. ¿Son unas locas?
– Trabajar con mujeres es difícil. Son un poquito envidiosas y celosas. Todas se creen la última chupada del mate, y cuando llegan a jefas de cabina les fascina mandar a los hombres. Ven a un hombre atrás, con el último número, y les gusta dejar claro que son ellas las que mandan. Pero los hombres se dan cuenta de que la auxiliar los está…
– …Basureando. ¿Cómo es la vida después de los vuelos?
– De mucha familia. Porque a fin de cuentas somos una familia. Aunque ahora en realidad las permanencias son más cortas. Antes había menos frecuencia y te quedabas dos o tres días en una ciudad. Ahora se vuela por empuje. O sea que haces un vuelo y regresas al tiro en el avión que salió de Santiago.
– ¿Mucho jet-lag?
– Si llegas a las dos de la tarde, o sea a las ocho de la mañana tuya – los cambios de horario son horribles- y si te acuestas a dormir, seguro que te vas a despertar a las dos de la mañana hora de allá, y no podrás seguir durmiendo. Entonces, un consejo para el jet-lag es llevar una vida semejante a la hora chilena. Para que el organismo no cambie y no se sienta extraño. La otra receta es darle descanso al organismo. Pero eso a las chicas les cuesta hacerlo. Si hay piscina, van a la piscina. Si hay playa, van a la playa. Y el sol agota. Yo les decía: tengan cuidado. No se vayan a quemar como los rotos de Cartagena.
– ¿Mucha fiesta las auxiliares?
– De repente metían las patas, así es que Lan las prohibió. De repente dejaban la crema. Claro que igual se siguen haciendo.
– El momento más difícil como sobrecargo fue…
– Una emergencia saliendo de Madrid. Íbamos despegando en el 707 y se produjo un incendio en el tren de aterrizaje. El piloto tuvo que rechazar el despegue. Frenó en plena pista y se dio la orden de evacuación. Afortunadamente actuamos muy bien. Las ventanillas se abrieron y sacamos a todos los pasajeros en un minuto. Se armaron los toboganes. Y a un pasajero que le habían amputado una pierna en Frankfurt tuve que ir a buscarlo yo mismo. De repente me acordé que si bajaban con zapatos, las mujeres podían romper el tobogán. Sáquense los zapatos, ordené. Una señora no quiso. Hubo que tirarla.
– ¿Combos en algún vuelo?
– Un pasajero le pegó un combo a un tripulante. A mí sólo me tocaron pasajeros que te levantaban la voz y que hablaban con groserías. Ahí hay que pararles el carro.
– ¿Qué es lo que hace la diferencia en el servicio?
– Cuando hacía clases, yo dibujaba dos líneas en el pizarrón. Y decía: estas dos rayas no se tienen que tocar. Una raya es la gentileza. Y la otra, el servilismo. Si se tocan queda la crema. Ser atento no es ser servil. Una vez, por ejemplo, me salí del protocolo con la hija del emperador de Japón. Una delegación viajaba de Los Ángeles a Lima. Y la princesa iba sentada en primera. El resto eran diplomáticos y gente de seguridad. En estos casos, tú no puedes hacerle preguntas a la realeza. Ellos preguntan y uno responde. Así que si yo quería saber algo, tenía que preguntárselo a través de la chaperona. Servimos la comida. Ella quiso pescado. Pero no se comió todo. Olvidándome del protocolo, pasé por sobre las piernas de la chaperona, y me quedé medio inclinado frente a ella. Ella se quedó asombrada. Y la chaperona muy pálida. Con todos los japoneses en guardia. Como sabía que había metido las patas, seguí. Le pregunté si le pasaba algo. Pero ella me dijo que sólo estaba cansada. Después conversamos más. Y, al bajarse, me agradeció. La gentileza siempre se agradece. “
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