Por Vicente Grez Yavar (1847-1909)
Escritor, periodista y Diputado

TERCERA PARTE

combatehomericoparte3Óleo Thomas Somerscales – Combate de Punta Gruesa

CAPITULO VII
El asombro

Cuando la Esmeralda se hundió en el mar después de tan sublime resistencia, algo como un dilatado estremecimiento de espanto i de horror se apoderó del alma de los espectadores de aquella homérica lucha.
¿Qué lección tan tremenda al principio de un combate a muerte entre dos pueblos! ¿Era posible vencer a semejantes hombres? Los triunfantes del Huáscar, dominados a su pesar por el asombro, permanecieron silenciosos i mustios durante algunos minutos, i es fama que Grau limpió mas de una vez su frente del sudor que la inundaba.
En la playa de Iquique se estendia, en órden de batalla, rindiendo involuntario homenaje al heroísmo, el ejército peruano mandado por el general Buendía. Aquellos soldados habían sido impasibles espectadores i jueces de la lucha. Habian visto a los hombres de la Esmeraldarealizar los mas grandes prodijios i a la nave inmortal sumergirse en una especie de aurora que deslumbraba sus ojos i atemorizaba su espíritu. Todo lo que aquella multitud pensaba i sentía en esos momentos lo expresó el general Buendía en este involuntario arranque:
-¿I contra estos hombres vamos a tener que pelear!
I como si el Perú hubiera sido vencido i despedazado en ese combate desigual, que era una revelación del porvenir; como si todos los futuros desastres i derrotas hubieran pasado en espantoso tumulto por la imaginación de aquellos hombres, mudo i cruel silencio dominó la escena. Los marinos del Huáscar, que habían creido llegar a una fiesta, los soldados de Buendía que se habían formado para presenciar un triunfo i presentar las armas a sus hermanos vencedores i la ajitada muchedumbre de la ciudad que esperaba vengarse de sus tenaces bloqueadores, inclinó avergonzada la pálida frente i comprendió en toda su amargura que ellos no eran los vencedores.

CAPITULO VIII
La fuga heroica

I
Mientras en la bahía de Iquique combatía la Esmeralda contra el Huáscar, la Covadonga, perseguida por la Independencia, desarrollaba su vasto plan de defensa, empleando medios de hostilidad que a la inmóvil Esmeralda no le era posible adoptar.
Es una de las grandiosidades de este combate único los distintos caracteres de las dos luchas: el gran triunfo moral de la Esmeralda i la sorprendente victoria material de la Covadonga. La Esmeralda anonadó al Huáscar con su resistencia sublime i la Covadonga despedazó i rindió a la Independencia con su estrategia maravillosa.
Unidos esos dos episodios, engastado el uno al lado del otro como las piedras deslumbrantes de una diadema, forman un conjunto de fabuloso efecto i arrojan sobre la tenebrosa humanidad luces de inmensa i resplandeciente gloria. Después de haber contemplado el combate de Iquique, el espíritu ansioso i anhelante pasa de una grandeza a la otra i se detiene asombrado ante el triunfo de la Covadonga. Parece increíble que de una sola jeneracion hayan salido tantos héroes.
Habia a bordo de esas naves alma i fuerza para muchos siglos.
II
Cuando la Covadonga abandonó el fondeadero de Iquique para dirijir su rumbo hácia el Sur, se deslizó por el costado del Huáscar, i al encontrarse frente al monitor, descargó sobre él sus dos cañones de a 70, i siguió volando sobre la superficie de las aguas, guardando sus fondos, como el sublime Prat, como el Cid, iba a ganar batallas después de muerto.
Los oportunos disparos de la Covadonga comunicaron a los marinos de la Esmeralda ese entusiasmo varonil i resuelto que se apodera de nuestra alma al presentar un gran ejemplo, un hecho audaz, una acción heroica i temeraria. Era la golondrina hiriendo y desafiando al águila.
El Huáscar contestó los disparos de la Covadonga con uno de sus cañones de a trescientos, cuya bala perforó a la goleta de banda a banda, a flor de agua i por su proa.
Este certero disparo cortó las dos piernas al joven cirujano Pedro R. Videla, un niño de veinticuatro años, apasionado i heroico, que llevaba en su corazón una incurable herida de amor: había perdido a su prometida en los momentos en que se preparaba a llevarla al altar. ¡Feliz niño! Murió llevando encerrado en su corazón, como en una arca santa, el doble ideal de su amor i de su patria, Cuando la Covadongaabandonaba la bahía de Iquique, llevaba una terrible herida en su casco i un muerto querido a su bordo.
La Covadonga, comparada con la Esmeralda, era una ájil i lijera nave: podía surcar las corrientes ajitadas i bulliciosas del mar, podía salvar las rompientes peligrosas de la isla que cierra por el Sur la bahía de Iquique, podía deslizarse por sobre los arrecifes que bordan la costa, poniendo entre ella i su poderoso enemigo todos los obstáculos que la naturaleza ha arrojado allí pródigamente i que Condell debia aprovechar con su talento igual a su fortuna.
III
El teatro de operaciones de la Covadonga era vastísimo; se estendia desde Iquique, tumba de la Esmeralda, hasta Punta Gruesa, tumba de laIndependencia: cerca de once millas marinas.
En esta parte de la costa, se encuentran las pequeñas caletas o ensenadas de Cavancha, del Molle i Chiquinata. La primera, situada inmediatamente después de Iquique, la segunda, cuatro millas mas al Sur, i la última, cerca del histórico promontorio de Puntas Gruesa, que ha dado su nombre a la victoria. Tal era la línea de combate señalada por la naturaleza i aceptada por Condell.
Toda esta estensa costa está cubierta hasta media milla mas afuera de peligrosos arrecifes i bancos arenosos.
La Covadonga calaba sólo once piés i la Independencia, veinticuatro. La lucha era de valor i de ciencia. Por eso, Condell tomó la espada en una mano i la sonda, en la otra.
IV
La fuga de la Covadonga ni era, pues, una escapada sino una estrategia. El que huye no se bate i por consiguiente no vence. El que vuelve las espaldas, no hace fuegos sobre el enemigo, ni lo conduce por medio de hábiles maniobras al abismo de su ruina.
Condell escojió el campo de batalla que correspondía a sus elementos, como Napoleon escojió Austerlitz i Bolívar, Junin. Daba, sin embargo, al enemigo una ventaja inmensa: le desafiaba en su misma casa, en su misma costa, cuyos perfiles i peligros debía conocer mejor que él, extranjero i joven en el mar.
La Covadonga no podía, tampoco, aprovechar de las sombras de la noche que oculta los escombros i los abismos, pues el mar estaba iluminado por el sol de una espléndida mañana.
Condell poseía condiciones especiales para esta clase de aventuras: una extraordinaria rapidez de concepción i un brazo robusto i atrevido para ejecutar inmediatamente lo que concebía su cabeza. Su valor era a veces frio i sereno, impetuoso i colérico otras. Era un hombre de mar en la mas vasta significación de esta palabra. Tenia en su alma las tempestades i las calmas del océano.
En esta lucha sin ejemplo, en la historia, que ningún hombre ha sostenido jamás en los mares con tan rara i asombrosa fortuna. Condell no perdió u sólo detalle por insignificante que fuera. Aprovechó en su defensa hasta de las impetuosas olas e inmóviles rocas del mar.
V
Ademas de su buena estrella, Condell tenia también a s lado a los oficiales Orella, Lynch, Sanz i Valenzuela. El último de estos oficiales venían a cargo de los cañones de señales, i el ingeniero don Emilio Cuevas dirijia la máquina, que, a pesar de hallarse en deplorable estado, prestó importantes servicios en ese combate de evolucione i, por consiguiente, de máquina i de calderos.
Los tenientes Orella y Lynch, asumieron desde el principio del combate el humilde i noble puesto de cabos de cañon. Cada uno tomó bajo su dirección una de las dos piezas de a setenta que componían la artillería de la Covadonga, lo que esplica cómo, en ménos de veinte minutos, nuestros marino habían dejado caer ocho bombas sobre la cubierta de la fragata, rompiendo, según la relación peruana, la escotilla de la máquina, destrozando algunos botes i la batayola, el puente del comandante, la telera i desmontando dos cañones. Todo esto sin contar las pérdidas de vidas.
Hasta ese momento, la Independencia no había acertado un solo tiro a la Covadonga. Los artilleros de la fragata eran dignos émulos de los del monitor. Sólo así se comprende cómo los dos cañones de la Covadonga resistieron durante cuatro horas a los 22 de la Independencia.
En verdad, fué aquella una lucha que ha venido a empequeñecer todas las viejas fábulas olímpicas.
VI
Hai mucho de estraño i de fatalista en la clase de persecución que la Independencia emprendió contra la Covadonga. El blindado marchaba ciego en pos de su presa, como un águila que persigue a una paloma intentando cazarla al vuelo. En vez de cortarle la retirada, la fragata seguía detrás de la goleta i sólo se detenia o retrocedia cuando la sonda indicaba que no había fondo para el enorme casco. Ni una evolución, ni una maniobra de esas que revelan intelijencia i táctica. La Independencia seguía, seguía en pos de su destino, buscando el abismo en que debía caer. Era de dia, el sol de la mañana lo iluminaba todo i parecía que caminaba entre tinieblas. Marchaba altiva i empecinada, creyendo, en su demencia que iba a fácil i segura victoria!
VII
I era imponente la furiosa marcha de la Independencia! Vista desde la débil Covadonga, aquella mole enorme, corriendo al acaso, fascinada por la cólera de Moore i la habilidad de Condell, parecía un mundo que se deslizara sobre la aguas.
De momento en momento, la fragata disparaba sus baterías contra el enemigo; pero sus balas hacían el efecto de los rayos frustrados de Júpiter. Sólo dos bombas consiguieron caer en la gloriosa goleta i esas fueron a ocultarse humildemente en las carboneras, donde se sofocaron. Por lo que hace a la pieza de 150, que la Independencia llevaba en la proa, no pudo ser cargada una sola vez, porque los rifleros de la Covadonga, mandados por el sarjento Olave, hacían un fuego vivísimo desde el castillo de popa, hiriendo a los que intentaban colocarse junto al gran cañon, alrededor del cual se hizo pronto el desierto i la muerte. De suerte que, durante el combate, la boca de fuego mas poderosa de la Independencia permaneció muda. La audacia i la habilidad desarmaban a la fuerza.
VIII
Un incidente algo cómico vino a cambiar por un momento la monotonía de la persecución.
Cuando la Covadonga, después de haber virado al Sur, contorneando las rompientes de la isla, entró en la ensenada de Cavancha, veinticinco o treinta botes tripulados por los soldados del general Buendía, intentaron cortarle el paso i abordarla. Ignoraban aquellos infelices que la goleta iba tripulada por hombres del mismo temple que los que tripulaban la corbeta.
Condell ordenó al guardia marina Valenzuela que disparara contra los botes con los cañones de señales, i dos o tres descargas a metralla, unidas al fuego de la fusilería de a bordo, desbarataron el atrevido intento de aquellos enanos.
IX
La Independencia hizo entonces su primera tímida tentativa de acometer con el espolón a la Covadonga; pero retrocedió inmediatamente ante el doble temor de encallar por el poco fondo del mar i por los estragos que hacia en su tripulacion el vivísimo fuego de los cañones i fusiles de la goleta,
Moore dio nuevas disposiciones para proseguir en su fatal intento de espolonear a la Covadonga. Empecinado i colérico, no comprendió lo que significaba aquella primera advertencia, ni presintió el vago anuncio de la catástrofe.

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Goleta Covadonga

Fragata blindada Independencia

 

CAPITULO IX
Rendicion del coloso

I
La fuga estratéjica de la Covadonga, su defensa tenaz i heroica, su habilidad sorprendente para vencer los peligros, el fuego terrible de sus cañones, todo ese conjunto de hechos increíbles inflamó de cólera el corazón de Moore a las misma horas en que la resistencia de laEsmeralda exasperaba a Grau. ¿Era posible que el poderoso blindado con 22 cañones no pudiera vencer a la podrida i pequeña nave? La rápida fragata que andaba doce millas por hora, ¿no podría detener en su fuga a la goleta que sólo andaba cinco? Pero la Covadonga seguía su afortunada marcha empujada, mas que por el vapor de sus calderas, por las olas i las brisas del océano. Bajaba y subia los abismos, cruzaba como una gaviota los arrecifes i los bancos, se desvanecía como la espuma i volvia a reaparecer amenazante, ofensiva i desdeñosa. Parecia que trataba de ocultar i de suavizar las rocas i las arenas para que el incauto enemigo, no encontrándolas peligrosas, se estrellara sobre ellas. Las rocas eran el espolón de la Covadonga.
Moore, desvanecido i deslumbrado, pensó que tanta fortuna no podía ser la obra de Condell. Aquello era increíble i fantástico: Habia un jenio misterioso que dirijia la nave, i ese jenio no podia ser el del bien sino el del mal, porque el del bien estaba con el Perú. Los jiros vertijinosos de la Covadonga, sus movimientos desesperados que desconcertaban al enemigo, sus punterías terriblemente certeras, resultado de cálculos fatales, no podían ser sino la obra de un espíritu infernal, i ese espíritu tenia que ser el del práctico Stanley. Los hombre inferiores recurren siempre a un fenómeno cualquiera, vulgar, extraordinario o misterioso, para explicarse sus desgracias.
Stanley, como la serpiente del Paraiso, fascinaba a la Independencia i la arrastraba en pos de la Covadonga para perderla.
I mientras esto pensaba Moore, «el hombre infierno», el hombre catástrofe, que hacia surgir una roca del abismo al contacto de su májica varilla, dormía profundamente, con la tranquilidad del justo, en un camarote del vapor Lamar que se dirijia a Antofagasta para dar cuenta de la doble victoria de Iquique i Punta Gruesa.
II
Pero ¿quién era Stanley?
Stanley, según los cronistas peruanos, había cometido un asesinato en una chata fondeada en el Callao, i por falta de pruebas había sido absuelto. «En agradecimiento a esta jenerosa conducta de los tribunales peruanos, dicen los mismos cronistas, Stanley, mui conocedor de los derroteros del Sur, se ofreció a dirijir a la Covadonga».
Se ve, pues, que Stanley era algo mui parecido a una visión o a un sueño!
Lo verdadero, lo terrible, lo que hacia de la Covadonga una nave invencible, era el sentimiento del amor a la patria, al deber i a la gloria, que dominaba a todos sus tripulantes. Era el espíritu de Prat, la habilidad de Condell, el recuerdo de las gloriosas tradiciones de nuestra historia, era, en fin, el alma de Chile!
III
Se acercaba la hora del medio dia i aquella lucha obstinada e indecisa parecía prolongarse indefinidamente. Moore, que era la fuerza, sentía en su alma la sombría cólera del que, siendo omnipotente, se ve burlado por el débil. Comprendia, en medio de su taciturno despecho, que hasta ese momento el triunfo correspondía a la Covadonga, i que había llegado el instante de lanzar sobre el pequeño insolente todos los rayos de su poder. El espolón de la Independencia, más poderoso que el del Huáscar, iba a dar fin a la tragedia.
IV
En el momento en que la Covadonga recorría cautelosa i triunfante los bordes de la bahía de Chiquinita, la Independencia se lanzaba otra vez sobre ella para despedazarla con su ariete; pero cuando se encontraba sólo a doscientos metros de distancia, se vió obligada a retroceder ante los certeros disparos del teniente Orella i el insuperable inconveniente de no tener el mar bastante fondo para sostener a tan gran nave. La fragata viró nuevamente mar afuera, perdiendo las pequeñas ventajas que había obtenido al acercarse.
Al mismo tiempo que la Independencia se alejaba, llevando consigo la vergüenza de este segundo fiasco, la Covadonga abandonaba la abierta bahía de Chiquinita i principiaba a deslizarse por los arrecifes de Punta Gruesa. Se acercaba el desenlace.
El visionario Moore debió ver sobre esos arrecifes algo como una inmensa tumba. Uno de sus tenientes ha dicho que las rocas que en esa costa se levantan tienen de noche la forma de amortajados espectros. Los hombres ven siempre en la natutaleza los horrores que llevan en su alma.
V
Mientras el comandante Moore ordenaba la tercera embestida i la jente de cubierta de la Independencia bajaba a la batería i tomaba la posición salvadora en estos casos para evitar los efectos del choque, esto es, se tendían de bruces sobre la cubierta, el comandante Condell esperaba sereno el desenlace.
Condell había dirijido su nave con una habilidad sorprendente, había peleado durante cuatro horas a pecho descubierto, siendo el blanco de todos los fuegos del enemigo, i esperaba el último momento con el alma llena de fé.
Los sondajes practicados a bordo de la Independencia para asegurar el éxito de la tercera embestida habían dado mas de nueve brazas de agua a proa i otras tantas a popa de la fragata. La naturaleza parecía complaciente esta vez.
La Independencia se lanzó desde una distancia de doscientos cincuenta metros, pretendiendo tomar a su enemigo por la popa. En ese instante la Covadonga tenia por la proa el bajo de Punta Gruesa. Condell, al ver venir hacia él al jigantesco adversario, se lanzó audazmente sobre el bajo para atravesarlo, poniéndolo entre las dos naves como un insalvable obstáculo. La Covadonga pasó rozando las rocas, Moore, demente i furioso, no pudo detener la marcha de la fragata por la impericia de los improvisados timoneles que servían la nave, pues los de su confianza, que eran tres, habían sido muertos por nuestros rifleros, i se estrelló despedazándose sobre las mismas rocas que acababa de salvar la Covadonga.
El blindado cayó innoblemente sobre su costado de estribor i el agua penetró a torrentes por las portas de las baterías. Se apagaron los fuegos i se sumerjieron los calderos hasta la caja de humo. La Covadonga viró entonces a fin de ponerse por la popa de la fragata, desde donde no podía recibir los fuegos del enemigo, i al pasar frente de la enorme pero ya inerte mole, le disparó sus dos cañones de a 70, que laIndependencia contestó con tres tiros, cuyas balas se perdieron en el fondo del mar. Los cañones se habían inclinado hácia abajo en señal de rendición.
El pánico se había apoderado de los tripulantes de la Independencia que luchaban por defenderse de la inundación i de los fuegos de laCovadonga. Gritos de cólera, de desesperación, de asombro i de dolor se escapaban de todos los pechos , i en medio de tan espantoso derrumbe, no se vió aparecer, en el dintel de esa tumba sombría, la figura luminosa de uno de esos hombres que en las desgracias sublimes levantan el abatido espíritu i dan vigor al brazo desfalleciente. Todos inclinaron la cabeza ante la fatalidad; ninguno la levantó desdeñosa i altiva, rebelándose contra el destino.
La Covadonga seguía cañoneando impasible a su rival, pues aun flameaba la bandera enemiga en los mástiles de la poco ántes invencible nave.
De repente, en medio del ruido que hacían las olas al estrellarse sobre la rota quilla de la fragata, en medio del estruendo de las descargas, de los clamores de los vencidos i de las alegres voces de los vencedores, se dejó oir este grito espantoso:
-¡Estamos rendidos!
I al mismo tiempo, pudo presenciarse el terrible espectáculo de ver descender del mas alto mástil de la fragata la bandera bicolor i alzarse en su lugar el blanco estandarte de la rendición.
La Covadonga cesó inmediatamente sus fuegos, viró su quilla hacia el Sur, hacia las costas de Chile, i se alejó triunfante de la sangrienta arena. Era ya tiempo, pues hacia el Norte se divisaba el humo de una nave que avanzaba rápidamente. Era el humo del Huáscar.
Aquel combate tenebroso de la demencia contra el jenio, del caos contra la luz, del pasado contra el porvenir, había terminado i Apolo había vencido a Leviatan.

Documento núm.1
PARTE OFICIAL DEL COMNDANTE DON MIGUEL GRAU SOBRE EL COMBATE DEL «HUASCAR» CON LA «ESMERALDA».
Comandancia jeneral de la 1ª Division Naval
Al ancla en Iquique, Mayo 23 de 1879
Benemérito señor Jeneral Director de la Guerra
B.S.D.
En cumplimiento de las instrucciones verbales recibidas de V.E. zarpé del puerto de Arica en la primera hora de la noche del 20 del presente, con el monitor Huáscar i la fragata Independencia, ambos buques pertenecientes a la división naval de mi mando, i me es honroso dar cuenta a V.E. de los acontecimientos que han tenido lugar en ella hasta la fecha.
En la travesía del puerto de Arica al de Iquique, creí conveniente recalar a Pisagua, lo que verifiqué a las 4 hs. 20 ms. A.M. del 21, con el objeto de inquirir algunas noticias relativas a la comisión que debía realizar en Iquique. En efecto, supe por el capitán de dicho puerto, quien me mostró un telegrama del prefecto del departamento de Tarapacá, de fecha 19, en el que se le comunicaba que la corbeta Esmeralda, la cañonera Covadonga i el transporte Lamar, buques de la escuadra chilena, hacían efectivo el bloqueo de Iquique.
Al aproximarse nuestros buques al puerto de Iquique, noté que efectivamente tres buques caldeaban, i pronto pude reconocer entre ellos a laEsmeralda i Covadonga, que se ponían en movimiento, tomando posiciones defensivas, a la par que salía del puerto un vapor con bandera norte-americana, probablemente el Lamar, i se dirijia al Sur. La anticipación con que hizo esta maniobra i la distancia de cinco millas a que me hallaba el puerto, teniendo en cuenta las dilijencias consiguientes a su reconocimiento, me decidieron a dirijir mis operaciones de preferencia sobre los dos buques que ántes he indicado. Llegando el Huáscar a dos mil metros próximamente al N.O. del fondeadero de los buques enemigos, mandé afianzar el pabellón i ordené a la Independencia, que venia por el Norte, próxima a la costa i a cinco millas de distancia, se dispusiese para el combate.
Ocupaban entonces los mencionados buques posiciones a un cable o cable i medio de la playa, frente al lado N. de la población, en orden de combate, la Covadonga por la popa del otro i ámbos con proa al N., de manera que estaban interpuestos entre nosotros i la población. Eran las 8 hs. 20 ms. A.M. del 21.
Trabóse el combate desde este momento entre el Huáscar i los dos buques enemigos, i 30 minutos después, se unió i rompió sus fuegos laIndependencia, pero nuestros tiros no podían ser bien dirijidos por encontrarnos en la boca del puerto bajo la accion de la mar, a la par que las punterías de los buque enemigos tenian en lo general buena dirección i elevación.
La Covadonga, después de la primera hora, salió del puerto mui pegada a la isla que cierra la parte occidental, i emprendió su retirada por la costa del Sur, barajándola mui próxima a la playa, en vista de lo cual ordené a la Independencia perseguirla, quedándome, por consiguiente, batiendo con el Huáscar a la Esmeralda.
Mientras la Independencia seguía su camino i notando la inseguridad de nuestros tiros, por la causa que he dicho antes, me decidí a atacar a la Esmeralda con el espolón; pero informado por el capitán de corbeta i del puerto, don Salomé Porras, i por el práctico del mismo, Guillermo Chekley, quienes se encontraban a bordo desde el principio del combate, de que dicho buque estaba defendido por una línea de torpedos en su delante, intenté dirijirme sobre él pasando próximo a tierra por el lado Sur para desalojarlo de la zona en que maniobraba defendido. Mas, observando a la vez que se dirijia hácia el Norte saliendo de esa zona, cambié de propósito i goberné directamente sobre el centro de su casco, con un andar de 8 millas próximamente. A medio cumplido de distancia detuve la maquina, i la Esmeralda, guiñando para evadir el golpe al costado, lo recibió por la aleta de babor en dirección mui oblicua; el espolón resbaló, su efecto fue de poca consideración, i quedaron abordados ámbos buques, hasta que el Huáscar empezó su movimiento para atrás.
Embesti nuevamente con igual velocidad i la Esmeralda presentó su proa, evadiendo de esta manera nuevamente los efectos del choque; sin embargo, estos dos golpes la dejaron bastante maltratada.
En ámbas ocasiones, a la aproximación de los buques i durante el tiempo que permanecieron mui cerca, recibimos el nutrido fuego de las ametralladoras que tenia establecidas en sus cofas, el de la fusilería i muchas bombas de mano, a la vez que descargas completas de la artillería de sus costados. El blindaje protegió bien a nuestra jente de los efectos de tan certeros fuegos, muchos de los cuales chocaron en nuestra torre i otros rompieron algunas partes de madera o de fierro mui delgado, i permitia sostener igualmente nuestro fuego de cañon y fusilería.
Finalmente, emprendí la tercera embestida con una velocidad de diez millas i logré tomarla por el centro. A este golpe se encabuzó i desapareció completamente la Esmeralda, sumergiéndose i dejando a flote pequeños pedazos de su casco i algunos de sus tripulantes. Eran las 12.10 P.M. El comandante de ese buque nos abordó a la vez que uno de sus oficiales i algunos de sus tripulantes por el castillo, i, en la defensa de ese abordaje, perecieron victimas de su temerario arrojo. In mediatamente mandé todas las embarcaciones del buque a salvar a los náufragos i logré que fuesen recojidos 63, los únicos que habían sobrevivido a tan obstinada resistencia.
No puedo prescindir de llamar la atención de V.E. hácia la sensible pérdida del teniente 2º graduado, Jorje Velarde, para significar el notable comportamiento i arrojo con que este oficial conservó su puesto en la cubierta, al pie del pabellón, hasta der víctima de su valor i serenidad.
Terminado en el puerto de Iquique el salvamento de los náufragos i con ellos a bordo, me dirijí en demanda de la Independencia, que estaba a la vista en la punta denominada la Gruesa, al Sur de Iquique, con el intento de ayudar al apresamiento de la Covadonga. Noté que ésta, desde que se apercibió del movimiento del Huáscar, se alejó a toda fuerza con rumbo al Sur, a la vez que la Independencia, algo reclinada a una banda, permanecía en el mismo sitio.
A medida que iba avanzando, pude claramente comprender que este último buque estaba varado, i preferí continuar la persecución de laCovadonga durante 3 horas, hasta que, convencido de que la distancia de diez millas que próximamente me separaba de ella, no podía estrecharla ántes de la puesta del sol, creí mas conveniente desistir del empeño i volver en ausilio de la Independencia.
Pude entonces apreciar que la pérdida de la fragata era total i mandé mis embarcaciones por la jente que había a su bordo, dando la órden de incendiar el buque.
Los detalles relativos a la pérdida de la fragata los encontrará V.E. en el parte adjunto del comandante de dicho buque; este jefe, con todos sus subordinados, marchan en el Chalaco a ponerse a las órdenes de V.E.
Regresé al puerto de Iquique i remití a tierra a los prisioneros a las órdenes del jeneral en jefe del ejército: a los heridos para su curación i los cadáveres para su sepultura.
Por considerarlo prudente, me moví a la mar con el fin de pasar la noche sobre la máquina reconociendo las cercanías del puerto, i avisté en la madrugada al transporte Chalaco que estaba en Pisagua. Me dirijí en demanda de él, e impuesto de su comisión, ordené venirse a cumplirla al puerto de Iquique, por creerlo así mas conveniente.
Actualmente me ocupo en hacer carbón, tomándolo del Chalaco, de tierra i una lancha perteneciente al enemigo, con el fin de continuar dando cumplimiento a las instrucciones de V.E. Al terminar cábeme la satisfacción de asegurar a V.E. que todos los individuos de la dotación del Huáscar, que me están subordinados, han cumplido su deber.
Todo lo cual tengo el honor de elevar a conocimiento de V.E. para los fines que haya lugar.
Dios guarde a V.E.
MIGUEL GRAU

Documento núm. 2
PARTE OFICIAL DEL SEGUNDO  COMANDANTE DE LA «ESMERALDA», DON LUIS URIBE
Iquique, Mayo 29 de 1879
Tengo el honor de poner en conocimiento de V.S. que el 21 del presente, después de un sangriento combate de cuatro horas con el monitor peruano Huáscar, la Esmeralda fue echada a pique al tercer ataque de espolón del enemigo. El honor de la bandera ha quedado a salvo, pero, desgraciadamente, tenemos que lamentar la pérdida de tres de sus mas valientes defensores: el capitán Prat, el teniente Serrano i el guardia-marina Riquelme.
Como a las 7 A.M. del dia indicado divisamos dos humos al norte. Inmediatamente se puso el buque en son de combate. A las ocho se reconoció al Huáscar i poco después a la fragata Independencia. Se hicieron señales a la Covadonga de venir al habla, i el capitán Prat le ordenó tomar poco fondo e interponerse entre la población i los fuegos del enemigo. Al movernos para tomar la misma situación, se nos rompieron dos calderos i el buque quedó con un andar de dos o tres millas; a las ocho treinta la acción se hizo general. La Covadonga se batia con la fragata Independencia, haciendo al mismo tiempo rumbo al Sur, i la Esmeralda contestaba los fuegos del Huáscar i se colocaba frente a la población a distancia de 200 metros de la playa.
Desde esta posición, batíamos al enemigo; nuestros tiros, que al principio eran inciertos, fueron mejorando, i varias granadas reventaron en  la torre i el casco del Huáscar, sin causarle el mas leve daño.
Los tiros de este último pasaban en su mayor parte por alto i varios fueron a herir a la población.
Nuestra posición, era, pues, ventajosa; pero como se nos hiciera fuego desde tierra con cañones de campaña, matándonos tres individuos e hiriéndonos otros tantos, el capitán Prat se vio obligado a ponerse fuera de su alcance.
En este momento, 10 A.M., una granada del Huáscar penetró por el costado de babor i fue a romper a estribor, cerca de la línea de agua, produciendo un pequeño incendio que fue sofocado a tiempo.
Miéntras tanto, el Huáscar se había acercado como a 600 metros, i a esta distancia continuó la acción cerca de una hora, sin recibir otra avería que la que dejo indicada. Viendo el Huáscar el poco efecto de sus tiros, puso proa a la Esmeralda.
Nuestro poco andar impidió a nuestro comandante Prat evitar el ataque del enemigo: su espolón vino a herir el costado de babor frente al palo de mesana i los cañones de su torre, disparados a toca penoles ántes i después del choque, hicieron terribles estragos en la marinería.
El capitán Prat, que se encontraba en la toldilla desde el principio del combate, saltó a la proa del Huáscar, dando al mismo tiempo la voz de «al abordaje». Desgraciadamente el estruendo producido al hacer fuego sobre el Huáscar impidió a muchos oir la voz de nuestro valiente comandante, i de los que se encontraban en la toldilla con él, solo el sargento pudo seguirlo, tal fue la ligereza con que se retiró la proa delHuáscar de nuestro costado.
El que suscribe se encontraba en el castillo de proa, i desde ahí tuvo el sentimiento de ver al bravo capitán Prat caer herido de muerte, combatiendo al pié mismo de la torre del Huáscar.
Inmediatamente, me fui a la toldilla i tomé el mando del buque. Miéntras tanto, nos batíamos casi a boca de jarro, sin que nuestros tiros hicieran el menor efecto. En cambio, las granadas del enemigo hacían terribles estragos; la cubierta i entrepuente se hallaban sembrados de cadáveres.
Volvió el Huáscar a embestir con su espolón directamente al centro de este buque. Goberné para evitar el choque; pero la Esmeralda andaba tan poco, que no fue posible evitarlo, i recibió el segundo espolonazo por el lado de estribor. Esta vez, el teniente Serrano, que se encontraba en el castillo, saltó a la proa del Huáscar, seguido de doce individuos. En la cubierta de este último no se veía ningún enemigo con quien combatir; pero de sus torres i parapetos de popa salía mortífero fuego de fusilería i ametralladoras.
El valeroso teniente Serrano i casi todos los que le siguieron, sucumbieron a los pocos pasos.
La ligereza con que se retiraba de nuestro costado la proa del Huáscar i el poco andar de la Esmeralda para colocarse a su costado, único modo como habría podido pasar todo el mundo a la cubierta del enemigo, hacia imposible el abordaje.
Por este tiempo nuestra tripulación había disminuido enormemente. Teníamos mas de cien hombres fuera de combate, la Santa Bárbara inundada i la máquina había dejado de funcionar. Los pocos cartuchos que quedaban sobre cubierta sirvieron para hacer la última descarga al recibir el tercer ataque de espolón del enemigo.
El guardia-marina Don Ernesto Riquelme, que durante toda la acción se portó como un valiente, disparó el último tiro: no se le vio mas; se supone fue muerto por una de las últimas granadas del Huáscar.
Pocos momentos después de recibir el tercer espolonazo, se hundió la Esmeralda con todos sus tripulantes i con su pabellón izado al palo de mesana, cumpliendo así los deseos de nuestro malogrado comandante, quien al principiar la acción dijo:
«Muchachos, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo; espero, pues, no sea esta la ocasión de hacerlo. Miéntras yo esté vivo, esa bandera flameará en su lugar, i aseguro que, si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber».
Los botes del Huáscar recojieron del agua a los sobrevivientes, i en la tarde del mismo dia fuimos desembarcados en Iquique en calidad de prisioneros.
Acompaño a V.S. una relación de la oficialidad i tripulación que ha salvado i que se hallan presos en este puerto
Al señor Jeneral Comandante de Marina
Luis Uribe

FIN

Categories: Crónicas

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